Página 244 - Consejos para la Iglesia (1991)

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Consejos para la Iglesia
referencia a las solemnes reprensiones y amonestaciones dadas por
los siervos de Dios. Han comprendido las burlas escarnecedoras
y expresiones despectivas que de vez en cuando cayeron en sus
oídos, y la tendencia ha sido poner en su mente los intereses eternos
y sagrados al mismo nivel que los asuntos comunes del mundo.
¡Qué obra están haciendo estos padres al transformar a sus hijos en
incrédulos desde su infancia! Así es como se enseña a los niños a ser
irreverentes y a rebelarse contra las reprensiones que el cielo envía
contra el pecado.
Es inevitable que prevalezca la decadencia espiritual donde exis-
ten tales males. Estos mismos padres y madres cegados por el enemi-
go, se preguntan por qué sus hijos se inclinan tanto a la incredulidad
y a dudar de la verdad de la Biblia. Se preguntan por qué es tan difícil
que los alcancen las influencias morales y religiosas. Si tuviesen
percepción espiritual, descubrirían en seguida que este deplorable
estado de cosas es resultado de la influencia que ellos ejercen en su
hogar, de sus celos y desconfianza. Así se educan muchos incrédulos
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en los círculos familiares de los que profesan ser cristianos.
Muchos son los que hallan placer especial en discurrir y espa-
ciarse en los defectos, reales o imaginarios, de aquellos que llevan
pesadas responsabilidades en relación con las instituciones de la
causa de Dios. Pasan por alto el bien que han realizado, los benefi-
cios que han producido su ardua labor, y su devoción incansable a la
causa, y fijan su atención en alguna equivocación aparente, en algún
asunto que, una vez consumado, y cosechadas las consecuencias,
ellos imaginan que se podría haber hecho de una manera mejor con
resultados más halagüeños, cuando la verdad es que, si ellos hubie-
sen tenido que hacer la obra, o se habrían negado a dar un paso en
las circunstancias desalentadoras del caso, o habrían actuado con
más indiscreción que quienes la hicieron siguiendo las indicaciones
de la providencia de Dios.
Pero estos habladores indisciplinados se aferran a los detalles
más desagradables del trabajo, como el liquen a las asperezas de
la roca. Estas personas se atrofian espiritualmente al espaciarse de
continuo en las faltas y los defectos de los demás. Son moralmente
incapaces de discernir las acciones buenas y nobles, los esfuerzos
abnegados, el verdadero heroísmo y el sacrificio propio. No se están
volviendo más nobles ni más elevados en su vida y esperanza, ni más