Capítulo 37—La educación cristiana
Nos estamos acercando rápidamente a la crisis final de la historia
de este mundo, y es importante que comprendamos que las ventajas
educativas ofrecidas por nuestras escuelas son diferentes de las
ofrecidas por las escuelas del mundo
Nuestro concepto de la educación tiene un alcance demasiado
estrecho y bajo. Es necesario que tenga una mayor amplitud y un
fin más elevado. La verdadera educación significa más que la prose-
cución de un determinado curso de estudio. Significa más que una
preparación para la vida actual. Abarca todo el ser, y todo el período
de la existencia accesible al hombre. Es el desarrollo armonioso de
las facultades físicas, mentales y espirituales. Prepara al estudian-
te para el gozo de servir en este mundo, y para un gozo superior
proporcionado por un servicio más amplio en el mundo venidero
En el sentido más elevado, la obra de la educación y la de la
redención son una, pues tanto en la educación como en la redención
“nadie puede poner otro fundamento que el que está puesto, el cual
es Jesucristo”
El gran propósito de toda la educación y disciplina de la vida es
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volver al hombre a la armonía con Dios; elevar y ennoblecer de tal
manera su naturaleza moral, que pueda volver a reflejar la imagen
de su Creador. Tan importante era esta obra, que el Salvador dejó los
atrios celestiales, y vino en persona a esta tierra, para poder enseñar
a los hombres cómo obtener la idoneidad para la vida superior
Es muy fácil dejarse llevar por planes, métodos y costumbres
del mundo y no dedicar al tiempo en que vivimos o a la gran obra
que debe hacerse más reflexión de la que dedicaron a su tiempo los
contemporáneos de Noé. Existe el peligro constante de que nuestros
educadores sigan el mismo camino que los judíos, amoldándose a
costumbres, prácticas y tradiciones que Dios no dio. Con tenacidad
y firmeza, algunos se adhieren a viejos hábitos y a una afición por
diversos estudios que no son esenciales, como si su salvación depen-
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