Página 341 - Consejos para la Iglesia (1991)

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Capítulo 45—La casa de Dios
Para el alma humilde y creyente, la casa de Dios en la tierra es
la puerta del cielo. El canto de alabanza, la oración, las palabras
pronunciadas por los representantes de Cristo, son los agentes de-
signados por Dios para preparar un pueblo para la iglesia celestial,
para aquel culto más sublime, en el que no podrá entrar nada que
corrompa.
La casa es el santuario para la familia, y la cámara o el huerto
el lugar más retraído para el culto individual, pero la iglesia es el
santuario para la congregación. Debiera haber reglas respecto al
tiempo, el lugar, y la manera de adorar. Nada de lo que es sagrado,
nada de lo que pertenece al culto de Dios, debe ser tratado con
descuido e indiferencia. A fin de que los hombres puedan tributar
mejor las alabanzas de Dios, su asociación debe ser tal que mantenga
en su mente una distinción entre lo sagrado y lo común. Los que
tienen ideas amplias, pensamiento y aspiraciones nobles, son los que
sostienen entre sí relaciones que fortalecen todos los pensamientos
de las cosas divinas. Felices son los que tienen un santuario, sea alto
o humilde, en la ciudad o entre las escarpadas cuevas de la montaña,
en la humilde choza o en el desierto. Si es lo mejor que pueden
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obtener para el Maestro, él santificará ese lugar con su presencia y
será santo para el Señor de los ejércitos.
Actitud de oración en la casa de Dios
Cuando los adoradores entran en el lugar de reunión, deben
hacerlo con decoro, pasando quedamente a sus asientos. Si hay una
estufa en la pieza, no es propio rodearla en una actitud indolente y
descuidada. La conversación común, los cuchicheos y las risas no
deben permitirse en la casa de culto, ni antes ni después del servicio.
Una piedad ardiente y activa debe caracterizar a los adoradores.
Si algunos tienen que esperar unos minutos antes de que empiece
la reunión, conserven un verdadero espíritu de devoción meditando
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