Página 348 - Consejos para la Iglesia (1991)

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Capítulo 46—Cómo tratar con los que yerran
Cristo vino a poner la salvación al alcance de todos. Sobre la
cruz del Calvario pagó el precio infinito de la redención de un mun-
do perdido. Su abnegación y sacrificio propio, su labor altruista, su
humillación, sobre todo la ofrenda de su vida, atestiguan la profun-
didad de su amor por el hombre caído. Vino a esta tierra a buscar y
salvar a los perdidos. Su misión estaba destinada a los pecadores: de
todo grado, de toda lengua y nación. Pagó el precio para rescatarlos
a todos y conseguir que se le uniesen y simpatizasen con él. Los que
más yerran, los más pecaminosos, no fueron pasados por alto; sus
labores estaban especialmente dedicadas a aquellos que más nece-
sitaban la salvación que él había venido a ofrecer. Cuanto mayores
eran sus necesidades de reforma, más profundo era el interés de él,
mayor su simpatía, y más fervientes sus labores. Su gran corazón
lleno de amor se conmovió hasta sus profundidades en favor de
aquellos cuya condición era más desesperada, de aquellos que más
necesitaban su gracia transformadora.
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Pero entre nosotros como pueblo hace falta una simpatía pro-
funda y ferviente, que conmueva el alma, y necesitamos tener amor
por los tentados y los que yerran. Muchos han manifestado gran
frialdad y la negligencia pecaminosa que Cristo representó por el
hombre que se pasó de un lado; se han mantenido tan alejados como
podían de aquellos que necesitan ayuda. El alma recién convertida
tiene con frecuencia fieros conflictos con costumbres arraigadas, o
con alguna forma especial de tentación, y, siendo vencida por alguna
pasión o tendencia dominante, comete a veces alguna indiscreción o
un mal verdadero. Entonces es cuando se requieren energía, tacto y
sabiduría de parte de sus hermanos, a fin de que pueda serle devuelta
la salud espiritual. A tales casos se aplican las instrucciones de la
Palabra de Dios: “Hermanos, si alguno fuere sorprendido en alguna
falta, vosotros que sois espirituales, restauradle con espíritu de man-
sedumbre, considerándote a ti mismo, no sea que tú también seas
tentado”. “Así que, los que somos más fuertes debemos soportar
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