Capítulo 48—Consejos sobre mayordomía
La generosidad es el espíritu del cielo. El abnegado amor de
Cristo se reveló en la cruz. El dio todo lo que poseía y se dio a sí
mismo para que el hombre pudiese salvarse. La cruz de Cristo es
un llamamiento a la generosidad de todo discípulo del Salvador.
El principio que proclama es de dar, dar siempre. Su realización
por la benevolencia y las buenas obras es el verdadero fruto de la
vida cristiana. El principio de la gente del mundo es: ganar, ganar
siempre; y así se imagina alcanzar la felicidad, pero cuando este
principio ha dado todos sus frutos, se ve que sólo engendra la miseria
y la muerte.
La luz del Evangelio que irradia de la cruz de Cristo condena el
egoísmo y estimula la generosidad y la benevolencia. No debería
ser causa de quejas el hecho de que se nos dirigen cada vez más
invitaciones a dar. En su divina providencia Dios llama a su pueblo a
salir de su esfera de acción limitada para emprender cosas mayores.
Se nos exige un esfuerzo ilimitado en un tiempo como éste, cuando
las tinieblas morales cubren el mundo. Muchos de los hijos de Dios
están en peligro de dejarse prender en la trampa de la mundanalidad
y avaricia. Deberían comprender que es la misericordia divina la
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que multiplica las solicitudes de recursos. Deben serles presenta-
dos blancos que despierten su benevolencia, o no podrán imitar el
carácter del gran Modelo.
Al dar a sus discípulos la orden de ir por “todo el mundo” y
predicar “el evangelio a toda criatura”, Cristo asignó a los hombres
una tarea: la de sembrar el conocimiento de su gracia. Pero mientras
algunos salen al campo a predicar, otros le obedecen sosteniendo su
obra en la tierra por medio de sus ofrendas. El ha puesto recursos
en las manos de los hombres, para que sus dones fluyan por canales
humanos al cumplir la obra que nos ha asignado en lo que se refiere
a salvar a nuestros semejantes. Este es uno de los medios por los
cuales Dios eleva al hombre. Es exactamente la obra que conviene a
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