La actitud cristiana hacia los necesitados y los dolientes
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Nadie que puede ganarse la vida tiene derecho a depender de los
demás.
Algunos hombres y mujeres de Dios, algunas personas de dis-
cernimiento y sabiduría, debieran ser designadas para atender a los
pobres y menesterosos, en primer lugar a los de la familia de la fe.
Dichas personas deben dar a la iglesia su informe y su parecer acerca
de lo que debe ser hecho
Dios no requiere de nuestros hermanos que se hagan cargo de
cada familia pobre que acepta este mensaje. Si lo hubiesen de hacer,
los predicadores dejarían de entrar en nuevos campos porque los
fondos se agotarían. Muchos son pobres por falta de diligencia y
economía. No saben usar correctamente sus recursos. Si se les ayu-
dase, ello los perjudicaría. Algunos serán siempre pobres. Con tener
las mejores ventajas, sus casos no mejorarían. No saben calcular y
gastarían todos los recursos que podrían obtener, fuesen muchos o
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pocos.
Cuando los tales aceptan el mensaje, les parece que tienen dere-
cho a la ayuda de sus hermanos más pudientes; y si no se satisfacen
sus expectativas, se quejan de la iglesia, y la acusan de no vivir
conforme a su fe. ¿Quiénes deben sufrir en este caso? ¿Se debe
desangrar la causa de Dios y agotar su tesorería, para cuidar de estas
familias pobres y numerosas? No. Los padres deben ser los que
sufran. Por lo general, no sufrirán mayor escasez después de aceptar
el sábado que antes
Dios permite que sus pobres estén dentro de cada iglesia, Siem-
pre los habrá entre nosotros, y el Señor coloca sobre los miembros de
cada iglesia una responsabilidad personal en lo referente a cuidarlos.
No debemos transferir nuestra responsabilidad a otros. Debemos
manifestar hacia los que están entre nosotros el mismo amor y sim-
patía que Cristo manifestaría si estuviese en nuestro lugar. Seremos
así disciplinados y preparados para trabajar en las actividades de
Cristo
El cuidado de los huérfanos
Entre todos aquellos cuyas necesidades requieren nuestro interés,
las viudas y los huérfanos tienen el mayor derecho a nuestra tierna
simpatía. Son objeto del cuidado especial del Señor. Dios los confía a