Página 401 - Consejos para la Iglesia (1991)

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Las reuniones de oración
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y todo don perfecto desciende de lo alto, del Padre de las luces”.
Santiago 1:17
.
Cuán a menudo los que gozan de salud se olvidan de las admi-
rables mercedes que les son concedidas continuamente día tras día
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y año tras año. No rinden tributo de alabanza a Dios por todos sus
beneficios. Pero cuando viene la enfermedad, se acuerdan de Dios.
El intenso deseo de recuperar la salud los induce a orar ferviente-
mente; y eso está bien. Dios es nuestro refugio en la enfermedad
como en la salud. Pero muchos no le confían su caso; estimulan
la debilidad y la enfermedad acongojándose acerca de sí mismos.
Si dejasen de quejarse y se elevasen por encima de la depresión y
la lobreguez, su restablecimiento sería más seguro. Deben recordar
con gratitud cuánto han disfrutado de la bendición de la salud; y
si este precioso don les es devuelto, no deben olvidar que tienen
una renovada obligación hacia su Creador. Cuando los diez leprosos
fueron sanados, únicamente uno volvió para buscar a Jesús y darle
gloria. No seamos como los nueve ingratos, cuyo corazón no fue
conmovido por la misericordia de Dios
La costumbre de meditar en males anticipados es imprudente
y nada cristiana. Siguiéndola, dejamos de disfrutar las bendicio-
nes y de aprovechar las oportunidades presentes. El Señor requiere
de nosotros que cumplamos los deberes de hoy, y soportemos las
pruebas. Hemos de velar hoy para no ofender ni en palabras ni en
hechos. Debemos alabar y honrar a Dios hoy. Por el ejercicio de una
fe viva hoy, hemos de vencer al enemigo. Debemos buscar a Dios
hoy, y estar resueltos a no permanecer satisfechos sin su presencia.
Debemos velar, obrar y orar como si éste fuese el último día que se
nos concede. ¡Qué intenso fervor habría entonces en nuestra vida!
¡Cuán estrechamente seguiríamos a Jesús en todas nuestras palabras
y acciones!
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Dios se interesa en las cosas pequeñas
Son pocos los que aprecian o aprovechan debidamente el precio-
so privilegio de la oración. Debemos ir a Jesús y explicarle todas
nuestras necesidades. Podemos presentarle nuestras pequeñas cuitas
y perplejidades, como también nuestras dificultades mayores. De-
bemos llevar al Señor en oración cualquier cosa que se suscite para