Página 53 - Consejos para la Iglesia (1991)

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Capítulo 1—Una visión de la recompensa de los
fieles
(Mi primera visión)
Mientras estaba orando ante el altar de la familia, el Espíritu
Santo descendió sobre mí, y me pareció que me elevaba más y
más, muy por encima del tenebroso mundo. Miré hacia la tierra
para buscar al pueblo adventista, pero no lo hallé en parte alguna, y
entonces una voz me dijo: “Vuelve a mirar un poco más arriba”. Alcé
los ojos y vi un sendero recto y angosto trazado muy por encima del
mundo. El pueblo adventista andaba por ese sendero en dirección
a la ciudad que se veía en su último extremo. En el comienzo del
sendero, detrás de los que ya andaban, había una brillante luz, que,
según me dijo un ángel, era el “clamor de media noche”. Esta luz
brillaba a todo lo largo del sendero, y alumbraba los pies de los
caminantes para que no tropezaran.
Delante de ellos iba Jesús guiándolos hacia la ciudad, y si no
apartaban los ojos de él, iban seguros. Pero no tardaron algunos en
cansarse, diciendo que la ciudad estaba todavía muy lejos, y que
contaban con haber llegado más pronto a ella. Entonces Jesús los
alentaba levantando su glorioso brazo derecho, del cual dimana-
ba una luz que ondeaba sobre la hueste adventista, y exclamaban:
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“¡Aleluya!” Otros negaban temerariamente la luz que brillaba tras
ellos, diciendo que no era Dios quien los había guiado hasta allí.
Pero entonces se extinguió para ellos la luz que estaba detrás, y dejó
sus pies en tinieblas, de modo que tropezaron, y, perdiendo de vista
el blanco y a Jesús, cayeron fuera del sendero abajo, en el mundo
sombrío y perverso. Pronto oímos la voz de Dios, semejante al ruido
de muchas aguas, que nos anunció el día y la hora de la venida de
Jesús. Los 144.000 santos vivientes reconocieron y entendieron la
voz; pero los malvados se figuraron que era fragor de truenos y de
terremoto. Cuando Dios señaló el tiempo, derramó sobre nosotros el
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