Página 73 - Consejos para la Iglesia (1991)

Basic HTML Version

Cristo nuestra justicia
69
donado para perecer. Al paso que reconozcamos nuestra condición
impotente sin Cristo, no debemos desanimarnos. Debemos confiar
en un Salvador crucificado y resucitado. Pobre alma, enferma de
pecado y desanimada, mira y vive. Jesús ha empeñado su palabra;
salvará a todos los que acuden a él.
Venid a Jesús, y recibid descanso y paz. Ahora mismo podéis
tener la bendición. Satanás os sugiere que sois impotentes y que no
podéis bendeciros a vosotros mismos. Es verdad: sois impotentes.
Pero exaltad a Jesús delante de él: “Tengo un Salvador resucitado.
En él confío y él nunca permitirá que yo sea confundido. Yo triunfo
en su nombre. El es mi justicia y mi corona de regocijo”. En lo
que respecta a esto, nadie piense que su caso es sin esperanza, pues
no es así. Quizás os parezca que sois pecadores y estáis perdidos,
pero precisamente por eso necesitáis un Salvador. Si tenéis pecados
que confesar, no perdáis tiempo. Los momentos son de oro. “Si
confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros
pecados, y limpiarnos de toda maldad”.
1 Juan 1:9
. Serán saciados
los que tienen hambre y sed de justicia, pues Jesús lo ha prometido.
¡Precioso Salvador! Sus brazos están abiertos para recibirnos, y su
gran corazón de amor espera para bendecirnos.
Algunos parecen sentir que deben ser puestos a prueba y deben
demostrar al Señor que se han reformado, antes de poder demandar
sus bendiciones. Sin embargo, esas queridas almas pueden pedir
ahora mismo la bendición. Deben tener la gracia de Cristo, el Espíritu
de Cristo que les ayude en sus debilidades, o no podrán formar un
[86]
carácter cristiano. Jesús anhela que vayamos a él tal como somos:
pecadores, impotentes, desvalidos.
El arrepentimiento, tanto como el perdón, es el don de Dios
mediante Cristo. Mediante la influencia del Espíritu Santo somos
convencidos de pecado y sentimos nuestra necesidad de perdón. Sólo
los contritos son perdonados, pero es la gracia de Dios la que hace
que se arrepienta el corazón. El conoce todas nuestras debilidades y
flaquezas, y nos ayudará.
Algunos que acuden a Dios mediante el arrepentimiento y la
confesión, y creen que sus pecados han sido perdonados, no re-
curren, sin embargo, a las promesas de Dios como debieran. No
comprenden que Jesús es un Salvador siempre presente y no están
listos para confiarle la custodia de su alma, descansando en él para