Página 75 - Consejos para la Iglesia (1991)

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Capítulo 6—La vida santificada
Nuestro Salvador reclama todo lo que tenemos; pide nuestros
primeros y más santos pensamientos, nuestros más puros y más
intensos afectos. Si en realidad somos participantes de la naturaleza
divina, su alabanza estará continuamente en nuestros corazones y
en nuestros labios. Nuestra única seguridad es entregar todo lo que
somos a él, y estar constantemente creciendo en la gracia y en el
conocimiento de la verdad
La santificación que presentan las Sagradas Escrituras tiene que
ver con el ser entero: el espíritu, el alma y el cuerpo. He aquí el ver-
dadero concepto de una consagración integral. El apóstol San Pablo
ruega que la iglesia de Tesalónica disfrute de una gran bendición:
“Y el Dios de paz os santifique en todo; para que vuestro espíritu y
alma y cuerpo sea guardado sin reprensión para la venida de nuestro
Señor Jesucristo”.
1 Tesalonicenses 5:23
.
Existe en el mundo religioso una teoría sobre la santificación
que es falsa en sí misma, y peligrosa en su influencia. En muchos
casos, aquellos que profesan poseer la santificación no conocen esa
experiencia en forma genuina. Su santificación consiste en pura
charla y en el culto de la voluntad.
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Prescinden de la razón y el juicio, y dependen totalmente de sus
sentimientos, basando sus pretensiones de santificación sobre las
emociones que tengan en una oportunidad determinada. Son tercos y
perseveran en sus propias y tenaces pretensiones de santidad, usando
muchas palabras, pero sin llevar el fruto precioso como prueba. Esas
personas que profesan ser santas no solamente están engañando sus
propias almas con sus pretensiones, sino que ejercen una influencia
que desvía a muchos que desean fervientemente conformarse con
la voluntad de Dios. Se los puede escuchar reiterar una y otra vez:
“¡Dios me guía! ¡Dios me guía! Vivo sin pecado”. Muchos que
se relacionan con este espíritu se encuentran con algo oscuro y
misterioso que no pueden comprender. Pero es precisamente aquello
lo que difiere totalmente de Cristo, el único modelo verdadero
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