Página 95 - Consejos para la Iglesia (1991)

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Capítulo 8—“Heme aquí, señor, envíame a mí”
El fin se acerca; avanza sigilosa, imperceptible y silenciosamente,
como el ladrón en la noche. Concédanos el Señor la gracia de no
dormir por más tiempo, como otros lo hacen, sino que seamos sobrios
y velemos. La verdad está a punto de triunfar gloriosamente, y todos
los que decidan ahora colaborar con Dios triunfarán con ella. El
tiempo es corto; la noche se acerca cuando nadie podrá trabajar.
Que los que se alegran en la verdad presente se apresuren ahora
a impartirla a otros. El Señor pregunta: “¿A quién enviaré?” Los
que están dispuestos a hacer sacrificios en pro de la verdad, deben
responder ahora: “Heme aquí, envíame a mí”.
Isaías 6:8
Hemos hecho tan sólo una pequeña parte de la obra evangélica
que Dios desea que hagamos entre nuestros vecinos y amigos. En
cada ciudad de nuestro país hay quienes no conocen la verdad. Y
afuera, en el ancho mundo, más allá del océano, hay muchos campos
nuevos en los que debemos labrar el suelo y sembrar la semilla
Estamos en vísperas del tiempo de angustia y nos esperan dificul-
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tades apenas sospechadas. Un poder de abajo impulsa a los hombres
a guerrear contra el Cielo. Seres humanos se han coligado con las
potencias satánicas para anular la ley de Dios. Los habitantes de la
tierra se están volviendo rápidamente como los contemporáneos de
Noé, que el diluvio llevó, y como los habitantes de Sodoma que el
fuego consumió. Las potencias de Satanás se esfuerzan por distraer
las mentes de las realidades eternas. El enemigo ha dispuesto las
cosas de manera que favorezcan sus planes. Negocios, deportes, mo-
das; he aquí las cosas que ocupan las mentes de hombres y mujeres.
El juicio es falseado por las diversiones y por las lecturas frívolas.
Una larga procesión sigue por el camino ancho que lleva a la ruina
eterna. El mundo, presa de la violencia, del libertinaje y de la em-
briaguez, está convirtiendo a la iglesia. La ley de Dios, divina norma
de la justicia, es declarada abolida
¿Aguardaremos que las profecías del fin se cumplan antes de
hablar de ellas? ¿De qué servirían entonces nuestras palabras? ¿Es-
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