Página 169 - Consejos Sobre el R

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dominio del apetito
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sabe que no tiene poder sobre el hombre que, cuando los pecadores
lo tientan, tiene el valor moral de decir NO en forma terminante y
positiva. Tal persona ha rechazado la compañía del diablo, y mientras
se aferra a Jesús está seguro. Está donde los ángeles del cielo pueden
relacionarse con él, dándole poder para vencer.
El ruego de Pedro
258. El apóstol Pedro entendía la relación que hay entre la mente
y el cuerpo, y levantó su voz para amonestar a los hermanos: “Ama-
dos, yo os ruego como a extranjeros y peregrinos, que os abstengáis
de los deseos carnales que batallan contra el alma”.
1 Pedro 2:11
.
Muchos consideran que este texto es una advertencia contra la licen-
cia solamente; pero tiene un significado más amplio. Prohíbe toda
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gratificación perjudicial del apetito o la pasión. Todo apetito perver-
tido llega a ser una concupiscencia que combate contra nosotros. El
apetito nos fue dado con un buen propósito, no para ser ministro de
muerte al ser pervertido, y en esta forma degenerar hasta llegar a
producir las “concupiscencias que batallan contra el alma”...
La fuerza de la tentación a complacer el apetito puede ser com-
prendida sólo cuando se recuerda la inexpresable angustia de nuestro
Redentor durante su largo ayuno en el desierto. El sabía que la com-
placencia del apetito pervertido amortecería tanto las percepciones
del hombre, que éste no podría discernir las cosas sagradas. Adán
cayó por la satisfacción del apetito; Cristo venció por la negación
del apetito. Y nuestra única esperanza de recuperar el Edén es por
medio de un firme dominio propio. Si el apetito pervertido tenía un
poder tan grande sobre la humanidad que, a fin de quebrantar su
dominio, el divino Hijo de Dios hubo de soportar un ayuno de casi
seis semanas en favor del hombre, ¡qué obra está delante del cris-
tiano! Sin embargo, por grande que sea la lucha, éste puede vencer.
Con la ayuda del poder divino que soportó las más fieras tentaciones
que Satanás pudo inventar, él también puede ser completamente
victorioso en su guerra contra el mal, y finalmente podrá llevar la
corona de victoria en el reino de Dios.—
Christian Temperance and
Bible Hygiene, 53, 54 (1890)
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