Página 109 - El Conflicto de los Siglos (2007)

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Dos héroes de la edad media
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el pueblo podía conseguir, y muchos fueron inducidos así a aceptar
la fe reformada.
Los asesinos de Hus no permanecieron impasibles al ser testigos
del triunfo de la causa de aquel. El papa y el emperador se unieron
para sofocar el movimiento, y los ejércitos de Segismundo fueron
despachados contra Bohemia.
Pero surgió un libertador, Ziska, que poco después de empezada
la guerra quedó enteramente ciego, y que fue no obstante uno de los
más hábiles generales de su tiempo, era el que guiaba a los bohemios.
Confiando en la ayuda de Dios y en la justicia de su causa, aquel
pueblo resistió a los más poderosos ejércitos que fueron movilizados
contra él. Vez tras vez el emperador, suscitando nuevos ejércitos,
invadió a Bohemia, tan solo para ser rechazado ignominiosamente.
Los husitas no le tenían miedo a la muerte y nada les podía resistir.
A los pocos años de empeñada la lucha, murió el valiente Ziska;
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pero le reemplazó Procopio, general igualmente arrojado y hábil, y
en varios aspectos jefe más capaz.
Los enemigos de los bohemios, sabiendo que había fallecido
el guerrero ciego, creyeron llegada la oportunidad favorable para
recuperar lo que habían perdido. El papa proclamó entonces una
cruzada contra los husitas, y una vez más se arrojó contra Bohemia
una fuerza inmensa, pero solo para sufrir terrible descalabro. Pro-
clamóse otra cruzada. En todas las naciones de Europa que estaban
sujetas al papa se reunió dinero, se hizo acopio de armamentos y se
reclutaron hombres. Muchedumbres se reunieron bajo el estandarte
del papa con la seguridad de que al fin acabarían con los herejes
husitas. Confiando en la victoria, un inmenso número de soldados
invadió a Bohemia. El pueblo se reunió para defenderse. Los dos
ejércitos se aproximaron uno al otro, quedando separados tan solo
por un río que corría entre ellos. “Los cruzados eran muy superiores
en número, pero en vez de arrojarse a cruzar el río y entablar batalla
con los husitas a quienes habían venido a atacar desde tan lejos,
permanecieron absortos y en silencio mirando a aquellos guerre-
ros” (Wylie, lib. 3, cap. 17). Repentinamente un terror misterioso se
apoderó de ellos. Sin asestar un solo golpe, esa fuerza irresistible
se desbandó y se dispersó como por un poder invisible. Las tropas
husitas persiguieron a los fugitivos y mataron a gran número de ellos,