Página 122 - El Conflicto de los Siglos (2007)

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El Conflicto de los Siglos
Estas proposiciones atrajeron la atención general. Fueron leídas
y vueltas a leer y se repetían por todas partes. Fue muy intensa la
excitación que produjeron en la universidad y en toda la ciudad. De-
mostraban que jamás se había otorgado al papa ni a hombre alguno
el poder de perdonar los pecados y de remitir el castigo consiguien-
te. Todo ello no era sino una farsa, un artificio para ganar dinero
valiéndose de las supersticiones del pueblo, un invento de Satanás
para destruir las almas de todos los que confiasen en tan necias
mentiras. Se probaba además con toda evidencia que el evangelio de
Cristo es el tesoro más valioso de la iglesia, y que la gracia de Dios
revelada en él se otorga de balde a los que la buscan por medio del
arrepentimiento y de la fe.
Las tesis de Lutero desafiaban a discutir; pero nadie osó aceptar
el reto. Las proposiciones hechas por él se esparcieron luego por toda
Alemania y en pocas semanas se difundieron por todos los dominios
de la cristiandad. Muchos devotos romanistas, que habían visto y
lamentado las terribles iniquidades que prevalecían en la iglesia,
pero que no sabían qué hacer para detener su desarrollo, leyeron
las proposiciones de Lutero con profundo regocijo, reconociendo
en ellas la voz de Dios. Les pareció que el Señor extendía su mano
misericordiosa para detener el rápido avance de la marejada de
corrupción que procedía de la sede de Roma. Los príncipes y los
magistrados se alegraron secretamente de que iba a ponerse un
dique al arrogante poder que negaba todo derecho a apelar de sus
decisiones.
Pero las multitudes supersticiosas y dadas al pecado se aterrori-
zaron cuando vieron desvanecerse los sofismas que amortiguaban
sus temores. Los astutos eclesiásticos, al ver interrumpida su obra
que sancionaba el crimen, y en peligro sus ganancias, se airaron
y se unieron para sostener sus pretensiones. El reformador tuvo
que hacer frente a implacables acusadores, algunos de los cuales le
culpaban de ser violento y ligero para apreciar las cosas. Otros le
acusaban de presuntuoso, y declaraban que no era guiado por Dios,
sino que obraba a impulso del orgullo y de la audacia. “¿Quién no
sabe—respondía él—que rara vez se proclama una idea nueva sin ser
tildado de orgulloso, y sin ser acusado de buscar disputas? [...] ¿Por
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qué fueron inmolados Jesucristo y todos los mártires? Porque pare-
cieron despreciar orgullosamente la sabiduría de su tiempo y porque