Página 121 - El Conflicto de los Siglos (2007)

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En la encrucijada de los caminos
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pecados esperando de él la absolución, no porque fueran penitentes
y desearan cambiar de vida, sino por el mérito de las indulgencias.
Lutero les negó la absolución y les advirtió que como no se arre-
pintiesen y no reformasen su vida morirían en sus pecados. Llenos
de perplejidad recurrieron a Tetzel para quejarse de que su confesor
no aceptaba los certificados; y hubo algunos que con toda energía
exigieron que les devolviese su dinero. El fraile se llenó de ira.
Lanzó las más terribles maldiciones, hizo encender hogueras en las
plazas públicas, y declaró que “había recibido del papa la orden de
quemar a los herejes que osaran levantarse contra sus santísimas
indulgencias” (D’Aubigné, lib. 3, cap. 4).
Lutero inició entonces resueltamente su obra como campeón de
la verdad. Su voz se oyó desde el púlpito en solemne exhortación.
Expuso al pueblo el carácter ofensivo del pecado y enseñóle que le
es imposible al hombre reducir su culpabilidad o evitar el castigo por
sus propias obras. Solo el arrepentimiento ante Dios y la fe en Cristo
podían salvar al pecador. La gracia de Cristo no podía comprarse;
era un don gratuito. Aconsejaba a sus oyentes que no comprasen
indulgencias, sino que tuviesen fe en el Redentor crucificado. Refería
su dolorosa experiencia personal, diciéndoles que en vano había
intentado por medio de la humillación y de las mortificaciones del
cuerpo asegurar su salvación, y afirmaba que desde que había dejado
de mirarse a sí mismo y había confiado en Cristo, había alcanzado
paz y gozo para su corazón.
Viendo que Tetzel seguía con su tráfico y sus impías decla-
raciones, resolvió Lutero hacer una protesta más enérgica contra
semejantes abusos. Pronto ofreciósele excelente oportunidad. La
iglesia del castillo de Wittenberg era dueña de muchas reliquias
que se exhibían al pueblo en ciertos días festivos, en ocasión de los
cuales se concedía plena remisión de pecados a los que visitasen la
iglesia e hiciesen confesión de sus culpas. De acuerdo con esto, el
pueblo acudía en masa a aquel lugar. Una de tales oportunidades, y
de las más importantes por cierto, se acercaba: la fiesta de “todos
los santos”. La víspera, Lutero, uniéndose a las muchedumbres que
iban a la iglesia, fijó en las puertas del templo un papel que contenía
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noventa y cinco proposiciones contra la doctrina de las indulgencias.
Declaraba además que estaba listo para defender aquellas tesis al día
siguiente en la universidad, contra cualquiera que quisiera rebatirlas.