Página 125 - El Conflicto de los Siglos (2007)

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En la encrucijada de los caminos
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en que había estado viviendo la iglesia por tanto tiempo. El pueblo
iba perdiendo cada día la confianza que había depositado en las
supersticiones de Roma. Poco a poco iban desapareciendo las vallas
de los prejuicios. La Palabra de Dios, por medio de la cual probaba
Lutero cada doctrina y cada aserto, era como una espada de dos filos
que penetraba en los corazones del pueblo. Por doquiera se notaba
un gran deseo de adelanto espiritual. En todas partes había hambre y
sed de justicia como no se habían conocido por siglos. Los ojos del
pueblo, acostumbrados por tanto tiempo a mirar los ritos humanos y
a los mediadores terrenales, se apartaban de estos y se fijaban, con
arrepentimiento y fe, en Cristo y Cristo crucificado.
Este interés general contribuyó a despertar más los recelos de las
autoridades papales. Lutero fue citado a Roma para que contestara el
cargo de herejía que pesaba sobre él. Este mandato llenó de espanto a
sus amigos. Comprendían muy bien el riesgo que correría en aquella
ciudad corrompida y embriagada con la sangre de los mártires de
Jesús. De modo que protestaron contra su viaje a Roma y pidieron
que fuese examinado en Alemania.
Así se convino al fin y se eligió al delegado papal que debería
entender en el asunto. En las instrucciones que a este dio el pon-
tífice, se hacía constar que Lutero había sido declarado ya hereje.
Se encargaba, pues, al legado que le procesara y constriñera “sin
tardanza”. En caso de que persistiera firme, y el legado no lograra
apoderarse de su persona, tenía poder para “proscribirle de todos los
puntos de Alemania, así como para desterrar, maldecir y excomulgar
a todos sus adherentes” (
ibíd
., lib. 4, cap. 2). Además, para arrancar
de raíz la pestilente herejía, el papa dio órdenes a su legado de que
excomulgara a todos los que fueran negligentes en cuanto a prender
a Lutero y a sus correligionarios para entregarlos a la venganza de
Roma, cualquiera que fuera su categoría en la iglesia o en el estado,
con excepción del emperador.
Esto revela el verdadero espíritu del papado. No hay en todo
el documento un vestigio de principio cristiano ni de la justicia
más elemental. Lutero se hallaba a gran distancia de Roma; no
había tenido oportunidad para explicar o defender sus opiniones;
y sin embargo, antes que su caso fuese investigado, se le declaró
sumariamente hereje, y en el mismo día fue exhortado, acusado,