Página 129 - El Conflicto de los Siglos (2007)

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En la encrucijada de los caminos
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eran aquellos. Llegó a una pequeña puerta, practicada en el muro de
la ciudad; le fue abierta y pasó con su guía sin impedimento alguno.
Viéndose ya seguros fuera de la ciudad, los fugitivos apresuraron
su huida y antes que el legado se enterara de la partida de Lutero,
ya se hallaba este fuera del alcance de sus perseguidores. Satanás y
sus emisarios habían sido derrotados. El hombre a quien pensaban
tener en su poder se les había escapado, como un pájaro de la red
del cazador.
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Al saber que Lutero se había ido, el legado quedó anonadado
por la sorpresa y el furor. Había pensado recibir grandes honores
por su sabiduría y aplomo al tratar con el perturbador de la iglesia,
y ahora quedaban frustradas sus esperanzas. Expresó su enojo en
una carta que dirigió a Federico, elector de Sajonia, para quejarse
amargamente de Lutero, y exigir que Federico enviase a Roma al
reformador o que le desterrase de Sajonia.
En su defensa, había pedido Lutero que el legado o el papa le
demostrara sus errores por las Santas Escrituras, y se había com-
prometido solemnemente a renunciar a sus doctrines si le probaban
que estaban en contradicción con la Palabra de Dios. También había
expresado su gratitud al Señor por haberle tenido por digno de sufrir
por tan sagrada causa.
El elector tenía escasos conocimientos de las doctrinas refor-
madas, pero le impresionaban profundamente el candor, la fuerza
y la claridad de las palabras de Lutero; y Federico resolvió prote-
gerle mientras no le demostrasen que el reformador estaba en error.
Contestando las peticiones del prelado, dijo: “‘En vista de que el
doctor Martín Lutero compareció a vuestra presencia en Augsburgo,
debéis estar satisfecho. No esperábamos que, sin haberlo convenci-
do, pretendieseis obligarlo a retractarse. Ninguno de los sabios que
se hallan en nuestros principados, nos ha dicho que la doctrina de
Martín fuese impía, anticristiana y herética’. Y el príncipe rehusó
enviar a Lutero a Roma y arrojarle de sus estados” (
ibíd
., cap. 10).
El elector notaba un decaimiento general en el estado moral
de la sociedad. Se necesitaba una grande obra de reforma. Las
disposiciones tan complicadas y costosas requeridas para refrenar
y castigar los delitos estarían de más si los hombres reconocieran
y acataran los mandatos de Dios y los dictados de una conciencia
iluminada. Vio que los trabajos de Lutero tendían a este fin y se