Página 130 - El Conflicto de los Siglos (2007)

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El Conflicto de los Siglos
regocijó secretamente de que una influencia mejor se hiciese sentir
en la iglesia.
Vio asimismo que como profesor de la universidad Lutero tenía
mucho éxito. Solo había transcurrido un año desde que el reformador
fijara sus tesis en la iglesia del castillo, y ya se notaba una dismi-
nución muy grande en el número de peregrinos que concurrían allí
en la fiesta de todos los santos. Roma estaba perdiendo adoradores
y ofrendas; pero al mismo tiempo había otros que se encaminaban
a Wittenberg; no como peregrinos que iban a adorar reliquias, sino
como estudiantes que invadían las escuelas para instruirse. Los es-
critos de Lutero habían despertado en todas partes nuevo interés por
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el conocimiento de las Sagradas Escrituras, y no solo de todas partes
de Alemania sino que hasta de otros países acudían estudiantes a las
aulas de la universidad. Había jóvenes que, al ver a Wittenberg por
vez primera, “levantaban [...] sus manos al cielo, y alababan a Dios,
porque hacía brillar en aquella ciudad, como en otro tiempo en Sión,
la luz de la verdad, y la enviaba hasta a los países más remotos”
(
ibíd
).
Lutero no estaba aún convertido del todo de los errores del
romanismo. Pero cuando comparaba los Sagrados Oráculos con
los decretos y las constituciones papales, se maravillaba. “Leo—
escribió—los decretos de los pontífices, y [...] no sé si el papa es el
mismo Anticristo o su apóstol, de tal manera está Cristo desfigurado
y crucificado en ellos” (
ibíd
., lib. 5, cap. I). A pesar de esto, Lutero
seguía sosteniendo la iglesia romana y no había pensado en separarse
de la comunión de ella.
Los escritos del reformador y sus doctrinas se estaban difun-
diendo por todas las naciones de la cristiandad. La obra se inició
en Suiza y Holanda. Llegaron ejemplares de sus escritos a Francia
y España. En Inglaterra recibieron sus enseñanzas como palabra
de vida. La verdad se dio a conocer en Bélgica e Italia. Miles de
creyentes despertaban de su mortal letargo y recibían el gozo y la
esperanza de una vida de fe.
Roma se exasperaba más y más con los ataques de Lutero, y
de entre los más encarnizados enemigos de este y aun de entre los
doctores de las universidades católicas, hubo quienes declararon que
no se imputaría pecado al que matase al rebelde monje. Cierto día,
un desconocido se acercó al reformador con una pistola escondida