Página 140 - El Conflicto de los Siglos (2007)

Basic HTML Version

136
El Conflicto de los Siglos
dores que debieran enseñar la verdad, no predican sino la mentira; y
no solamente son tolerados, sino también recompensados, porque
cuanto más mientan, tanto más ganan. De esta fuente cenagosa es de
donde dimanan todas esas aguas corrompidas. El desarreglo conduce
a la avaricia [...]. ¡Ah! es un escándalo que da el clero, precipitando
así tantas almas a una condenación eterna. Se debe efectuar una
reforma universal” (
ibíd
., cap. 4).
Lutero mismo no hubiera podido hablar con tanta maestría y con
tanta fuerza contra los abusos de Roma; y la circunstancia de ser el
orador un declarado enemigo del reformador daba más valor a sus
palabras.
De haber estado abiertos los ojos de los circunstantes, habrían
visto allí a los ángeles de Dios arrojando rayos de luz para disipar
las tinieblas del error y abriendo las mentes y los corazones de todos,
para que recibiesen la verdad. Era el poder del Dios de verdad y de
sabiduría el que dominaba a los mismos adversarios de la Reforma
y preparaba así el camino para la gran obra que iba a realizarse.
Martín Lutero no estaba presente, pero la voz de Uno más grande
que Lutero se había dejado oír en la asamblea.
La dieta nombró una comisión encargada de sacar una lista de
todas las opresiones papales que agobiaban al pueblo alemán. Esta
lista, que contenía ciento una especificaciones, fue presentada al
emperador, acompañada de una solicitud en que se le pedía que
tomase medidas encaminadas a reprimir estos abusos. “¡Cuántas
almas cristianas se pierden!—decían los solicitantes—¡cuántas rapi-
[140]
ñas! ¡cuántas exacciones exorbitantes! ¡y de cuántos escándalos está
rodeado el jefe de la cristiandad! Es menester precaver la ruina y el
vilipendio de nuestro pueblo. Por esto unánimemente os suplicamos
sumisos, pero con las más vivas instancias, que ordenéis una reforma
general, que la emprendáis, y la acabéis” (
ibíd
.).
El concilio pidió entonces que compareciese ante él el reforma-
dor. A pesar de las intrigas, protestas y amenazas de Aleandro, el
emperador consintió al fin, y Lutero fue citado a comparecer ante
la dieta. Con la notificación se expidió también un salvoconducto
que garantizaba al reformador su regreso a un lugar seguro. Ambos
documentos le fueron llevados por un heraldo encargado de conducir
a Lutero de Wittenberg a Worms.