Página 175 - El Conflicto de los Siglos (2007)

Basic HTML Version

Progresos de la reforma
171
“La misa es una cosa mala. Dios se opone a ella. Debería abo-
lirse, y yo desearía que en su lugar se estableciese en todas partes
la santa cena del evangelio. Pero no apartéis de ella a nadie por
la fuerza. Debemos dejar el asunto en manos de Dios. No somos
nosotros los que hemos de obrar, sino su Palabra. Y ¿por qué? me
preguntaréis. Porque los corazones de los hombres no están en mis
manos como el barro en las del alfarero. Tenemos derecho de ha-
blar, pero no tenemos derecho de obligar a nadie. Prediquemos; y
confiemos lo demás a Dios. Si me resuelvo a hacer uso de la fuerza,
¿qué conseguiré? Fingimientos, formalismo, ordenanzas humanas,
hipocresía [...]. Pero en todo esto no se hallará sinceridad de corazón,
ni fe, ni amor. Y donde falte esto, todo falta, y yo no daría ni una
paja por celebrar una victoria de esta índole [...]. Dios puede hacer
más mediante el mero poder de su Palabra que vosotros y yo y el
mundo entero con nuestros esfuerzos unidos. Dios sujeta el corazón,
y una vez sujeto, todo está ganado [...].
“Estoy listo para predicar, alegar y escribir; pero a nadie cons-
treñiré, porque la fe es un acto voluntario. Recordad todo lo que ya
he hecho. Me encaré con el papa, combatí las indulgencias y a los
papistas; pero sin violencia, sin tumultos. Expuse con claridad la
Palabra de Dios; prediqué y escribí, esto es todo lo que hice. Y sin
embargo, mientras yo dormía, [...] la Palabra que había predicado
afectó al papado como nunca le perjudicó príncipe ni emperador
alguno. Y sin embargo nada hice; la Palabra sola lo hizo todo. Si
hubiese yo apelado a la fuerza, el suelo de Alemania habría sido
tal vez inundado con sangre. ¿Pero cuál hubiera sido el resultado?
La ruina y la destrucción del alma y del cuerpo. En consecuencia,
me quedo quieto, y dejo que la Palabra se extienda a lo largo y a lo
ancho de la tierra” (
ibíd
.).
[174]
Por siete días consecutivos predicó Lutero a las ansiosas muche-
dumbres. La Palabra de Dios quebrantó la esclavitud del fanatismo.
El poder del evangelio hizo volver a la verdad al pueblo que se había
descarriado.
Lutero no deseaba verse con los fanáticos cuyas enseñanzas
habían causado tan grave perjuicio. Harto los conocía por hombres
de escaso juicio y de pasiones desordenadas, y que, pretendiendo
ser iluminados directamente por el cielo, no admitirían la menor
contradicción ni atenderían a un solo consejo ni a un solo cariñoso