Página 176 - El Conflicto de los Siglos (2007)

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El Conflicto de los Siglos
reproche. Arrogándose la suprema autoridad, exigían de todos que,
sin la menor resistencia, reconociesen lo que ellos pretendían. Pero
como solicitasen una entrevista con él, consintió en recibirlos; y
denunció sus pretensiones con tanto éxito que los impostores se
alejaron en el acto de Wittenberg.
El fanatismo quedó detenido por un tiempo; pero pocos años
después resucitó con mayor violencia y logró resultados más desas-
trosos. Respecto a los principales directores de este movimiento,
dijo Lutero: “Para ellos las Sagradas Escrituras son letra muerta;
todos gritan: ‘¡El Espíritu! ¡El Espíritu!’ Pero yo no quisiera ir por
cierto adonde su espíritu los guía. ¡Quiera a Dios en su misericordia
guardarme de pertenecer a una iglesia en la cual solo haya santos!
Deseo estar con los humildes, los débiles, los enfermos, todos los
cuales conocen y sienten su pecado y suspiran y claman de continuo
a Dios desde el fondo de sus corazones para que él los consuele y
los sostenga” (
ibíd
., lib. 10, cap. 10).
Tomás Munzer, el más activo de los fanáticos, era hombre de
notable habilidad que, si la hubiese encauzado debidamente, habría
podido hacer mucho bien; pero desconocía aun los principios más
rudimentarios de la religión verdadera. “Deseaba vehementemente
reformar el mundo, olvidando, como otros muchos iluminados, que
la reforma debía comenzar por él mismo” (
ibíd
., lib. 9, cap. 8). Am-
bicionaba ejercer cargos e influencia, y no quería ocupar el segundo
puesto, ni aun bajo el mismo Lutero. Declaraba que, al colocar la
autoridad de la Escritura en sustitución de la del papa, los reforma-
dores no hacían más que establecer una nueva forma de papado. Y
se declaraba divinamente comisionado para llevar a efecto la verda-
dera reforma. “El que tiene este espíritu—decía Munzer—posee la
verdadera fe, aunque ni por una sola vez en su vida haya visto las
Sagradas Escrituras” (
ibíd
., lib. 10, cap. 10).
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Los maestros del fanatismo se abandonaban al influjo de sus
impresiones y consideraban cada pensamiento y cada impulso como
voz de Dios; en consecuencia, se fueron a los extremos. Algunos
llegaron hasta quemar sus Biblias, exclamando: “La letra mata, el
Espíritu es el que da vida”. Las enseñanzas de Munzer apelaban a la
afición del hombre a lo maravilloso, y de paso daban rienda suelta
a su orgullo al colocar en realidad las ideas y las opiniones de los
hombres por encima de la Palabra de Dios. Millares de personas