Página 188 - El Conflicto de los Siglos (2007)

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El Conflicto de los Siglos
como príncipe cristiano que ama a Dios sobre todas las cosas, y
declaramos que estamos dispuestos a prestarle a él lo mismo que
a vosotros, graciosos y dignísimos señores, todo el afecto y la obe-
diencia que creemos deberos en justicia” (
ibíd
.).
Este acto produjo honda impresión en el ánimo de la dieta. La
mayoría de ella se sorprendió y alarmó ante el arrojo de los que
suscribían semejante protesta. El porvenir se presentaba incierto
y proceloso. Las disensiones, las contiendas y el derramamiento
de sangre parecían inevitables. Pero los reformadores, firmes en la
justicia de su causa, y entregándose en brazos del Omnipotente, se
sentían “fuertes y animosos”.
“Los principios contenidos en esta célebre protesta [...] constitu-
yen la esencia misma del protestantismo. Ahora bien, esta protesta
se opone a dos abusos del hombre en asuntos de fe: el primero es
la intervención del magistrado civil, y el segundo la autoridad arbi-
traria de la iglesia. En lugar de estos dos abusos, el protestantismo
sobrepone la autoridad de la conciencia a la del magistrado, y la de
la Palabra de Dios a la de la iglesia visible. En primer lugar, niega
la competencia del poder civil en asuntos de religión y dice con los
profetas y apóstoles: ‘
Debemos obedecer a Dios antes que a los hom-
bres
’. A la corona de Carlos V sobrepone la de Jesucristo. Es más:
sienta el principio de que toda enseñanza humana debe subordinarse
a los oráculos de Dios” (
ibíd
.). Los protestantes afirmaron además
el derecho que les asistía para expresar libremente sus convicciones
en cuanto a la verdad. Querían no solamente creer y obedecer, sino
también enseñar lo que contienen las Santas Escrituras, y negaban el
derecho del sacerdote o del magistrado para intervenir en asuntos de
conciencia. La protesta de Spira fue un solemne testimonio contra
la intolerancia religiosa y una declaración en favor del derecho que
asiste a todos los hombres para adorar a Dios según les dicte la
conciencia.
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El acto estaba consumado. Grabado quedaba en la memoria de
millares de hombres y consignado en las crónicas del cielo, de donde
ningún esfuerzo humano podía arrancarlo. Toda la Alemania evangé-
lica hizo suya la protesta como expresión de su fe. Por todas partes la
consideraban como prenda de una era nueva y más halagüeña. Uno
de los príncipes expresóse así ante los protestantes de Spira: “Que
el Todopoderoso, que os ha concedido gracia para que le confeséis