Página 189 - El Conflicto de los Siglos (2007)

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La protesta de los príncipes
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enérgicamente, con libertad y denuedo, se digne conservaros en esta
firmeza cristiana hasta el día de la eternidad” (
ibíd
.).
Si la Reforma, después de alcanzado tan notable éxito, hubiese
contemporizado con el mundo para contar con su favor, habría sido
infiel a Dios y a sí misma, y hubiera labrado su propia ruina. La
experiencia de aquellos nobles reformadores encierra una lección
para todas las épocas venideras. No ha cambiado en nada el modo
en que trabaja Satanás contra Dios y contra su Palabra; se opone hoy
tanto como en el siglo XVI a que las Escrituras sean reconocidas
como guía de la vida. En la actualidad los hombres se han alejado
mucho de sus doctrinas y preceptos, y se hace muy necesario volver
al gran principio protestante: la Biblia, únicamente la Biblia, como
regla de la fe y del deber. Satanás sigue valiéndose de todos los
medios de que dispone para destruir la libertad religiosa. El mismo
poder anticristiano que rechazaron los protestantes de Spira procura
ahora, con redoblado esfuerzo, restablecer su perdida supremacía. La
misma adhesión incondicional a la Palabra de Dios que se manifestó
en los días tan críticos de la Reforma del siglo XVI, es la única
esperanza de una reforma en nuestros días.
Aparecieron señales precursoras de peligros para los protestan-
tes, juntamente con otras indicadoras de que la mano divina protegía
a los fieles. Por aquel entonces fue cuando “Melanchton llevó como
a escape a su amigo Simón Gryneo por las calles de Spira, rumbo al
Rin, y le instó a que cruzase el río sin demora. Admirado Gryneo,
deseaba saber el motivo de tan repentina fuga. Melanchton le con-
testó: ‘Un anciano de aspecto augusto y venerable, pero que me es
desconocido, se me apareció y me dio la noticia de que en un minuto
los agentes de la justicia iban a ser despachados por Fernando para
arrestar a Gryneo’”.
Durante el día, Gryneo se había escandalizado al oír un sermón
de Faber, eminente doctor papista, y al fin de él le reconvino por
haber defendido “ciertos errores detestables”. ‘Faber disimuló su
enojo, pero inmediatamente se dirigió al rey y obtuvo de él una
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orden de arresto contra el importuno profesor de Heidelberg. A
Melanchton no le cabía duda de que Dios había salvado a su amigo
enviando a uno de los santos ángeles para avisarle del peligro.
Melanchton permaneció en la ribera del río hasta que las aguas
mediaran entre su amado amigo y aquellos que le buscaban para