Página 191 - El Conflicto de los Siglos (2007)

Basic HTML Version

La protesta de los príncipes
187
no debía ejercer otra influencia que la que procede de la Palabra
de Dios. Cuando los príncipes cristianos se adelantaron a firmar
la confesión, Melanchton se interpuso, diciendo: “A los teólogos
y a los ministros es a quienes corresponde proponer estas cosas;
reservemos para otros asuntos la autoridad de los poderosos de esta
tierra”. “No permita Dios—replicó Juan de Sajonia—que sea yo
excluido. Estoy resuelto a cumplir con mi deber, sin preocuparme de
mi corona. Deseo confesar al Señor. Mi birrete y mi toga de elector
no me son tan preciosos como la cruz de Cristo”. Habiendo dicho
esto, firmó. Otro de los príncipes, al tomar la pluma para firmar,
dijo: “Si la honra de mi Señor Jesucristo lo requiere, estoy listo
[...] para sacrificar mis bienes y mi vida”. “Preferiría dejar a mis
súbditos, mis estados y la tierra de mis padres, para irme bordón en
mano—prosiguió diciendo—, antes que recibir otra doctrina que la
contenida en esta confesión” (
ibíd
., cap. 6). Tal era la fe y el arrojo
de aquellos hombres de Dios.
Llegó el momento señalado para comparecer ante el emperador.
Carlos V, sentado en su trono, rodeado de los electores y los prín-
cipes, dio audiencia a los reformadores protestantes. Se dio lectura
a la confesión de fe de estos. Fueron presentadas con toda claridad
las verdades del evangelio ante la augusta asamblea, y señalados los
errores de la iglesia papal. Con razón fue llamado aquel día “el día
más grande de la Reforma y uno de los más gloriosos en la historia
del cristianismo y de la humanidad” (
ibíd
., cap. 7).
Hacía apenas unos cuantos años que el monje de Wittenberg se
presentara solo en Worms ante el concilio nacional; y ahora, en vez
de él se veían los más nobles y poderosos príncipes del imperio.
A Lutero no se le había permitido comparecer en Augsburgo, pero
estaba presente por sus palabras y por sus oraciones. “Me lleno de
gozo—escribía—, por haber llegado hasta esta hora en que Cristo
ha sido ensalzado públicamente por tan ilustres confesores y en tan
gloriosa asamblea” (
ibíd
.). Así se cumplió lo que dicen las Sagradas
Escrituras: “Hablaré de tus testimonios delante de los reyes”.
Salmos
119:46
.
En tiempo de Pablo, el evangelio, por cuya causa se le encarceló,
fue presentado así a los príncipes y nobles de la ciudad imperial.
[191]
Igualmente, en Augsburgo, lo que el emperador había prohibido
que se predicase desde el púlpito se proclamó en el palacio. Lo que