Página 192 - El Conflicto de los Siglos (2007)

Basic HTML Version

188
El Conflicto de los Siglos
había sido estimado aun indigno de ser escuchado por los sirvientes,
era escuchado con admiración por los amos y señores del imperio.
El auditorio se componía de reyes y de nobles, los predicadores
eran príncipes coronados, y el sermón era la verdad real de Dios.
“Desde los tiempos apostólicos—dice un escritor—, no hubo obra
tan grandiosa, ni tan inmejorable confesión” (
ibíd
.).
“Cuanto ha sido dicho por los luteranos, es cierto, y no lo po-
demos negar”, declaraba un obispo papista. “¿Podéis refutar con
buenas razones la confesión hecha por el elector y sus aliados?”
preguntaba otro obispo al doctor Eck. “Sí, lo puedo—respondía—,
pero no con los escritos de los apóstoles y los profetas, sino con los
concilios y con los escritos de los padres”. “Comprendo—repuso
el que hacía la pregunta—. Según su opinión, los luteranos están
basados en las Escrituras, en tanto que nosotros estamos fuera de
ellas” (
ibíd
., cap. 8).
Varios príncipes alemanes fueron convertidos a la fe reformada, y
el mismo emperador declaró que los artículos protestantes contenían
la verdad. La confesión fue traducida a muchos idiomas y circuló
por toda Europa, y en las generaciones subsiguientes millones la
aceptaron como expresión de su fe.
Los fieles siervos de Dios no trabajaban solos. Mientras que los
principados y potestades de los espíritus malos se ligaban contra
ellos, el Señor no desamparaba a su pueblo. Si sus ojos hubieran
podido abrirse habrían tenido clara evidencia de la presencia y el
auxilio divinos, que les fueron concedidos como a los profetas en la
antigüedad. Cuando el siervo de Eliseo mostró a su amo las huestes
enemigas que los rodeaban sin dejarles cómo escapar, el profeta
oró: “Te ruego, Jehová, que abras sus ojos para que vea”.
2 Reyes
6:17 (RV95)
. Y he aquí el monte estaba lleno de carros y caballos
de fuego: el ejército celestial protegía al varón de Dios. Del mismo
modo, había ángeles que cuidaban a los que trabajaban en la causa
de la Reforma.
Uno de los principios que sostenía Lutero con más firmeza, era
que no se debía acudir al poder secular para apoyar la Reforma, ni
recurrir a las armas para defenderla. Se alegraba de la circunstancia
de que los príncipes del imperio confesaran el evangelio; pero cuan-
do estos mismos príncipes intentaron unirse en una liga defensiva,
declaró que “la doctrina del evangelio debía ser defendida solamente