Página 204 - El Conflicto de los Siglos (2007)

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El Conflicto de los Siglos
En la Biblia encontró a Cristo. “¡Oh! Padre exclamó, su sacrifi-
cio ha calmado tu ira; su sangre ha lavado mis manchas; su cruz ha
llevado mi maldición; su muerte ha hecho expiación por mí. Había-
mos inventado muchas locuras inútiles, pero tú has puesto delante
de mí tu Palabra como una antorcha y has conmovido mi corazón
para que tenga por abominables todos los méritos que no sean los
de Jesús” (Martyn, tomo 3, cap. 13).
Calvino había sido educado para el sacerdocio. No tenía más que
doce años cuando fue nombrado capellán de una pequeña iglesia y
el obispo le tonsuró la cabeza para cumplir con el canon eclesiástico.
No fue consagrado ni desempeñó los deberes del sacerdocio, pero sí
fue hecho miembro del clero, se le dio el título de su cargo y percibía
la renta correspondiente.
Viendo entonces que ya no podría jamás llegar a ser sacerdote,
se dedicó por un tiempo a la jurisprudencia, y por último abandonó
este estudio para consagrarse al evangelio. Pero no podía resolverse
a dedicarse a la enseñanza. Era tímido por naturaleza, le abrumaba
el peso de la responsabilidad del cargo y deseaba seguir dedicándose
aún al estudio. Las reiteradas súplicas de sus amigos lograron por
fin convencerle. “Cuán maravilloso es—decía—que un hombre de
tan bajo origen llegue a ser elevado hasta tan alta dignidad” (Wylie,
lib. 13, cap. 9).
Calvino empezó su obra con ánimo tranquilo y sus palabras eran
como el rocío que refresca la tierra. Se había alejado de París y
ahora se encontraba en un pueblo de provincia bajo la protección
de la princesa Margarita, la cual, amante como lo era del evangelio,
extendía su protección a los que lo profesaban. Calvino era joven
aún, de continente discreto y humilde. Comenzó su trabajo visitando
a los lugareños en sus propias casas. Allí, rodeado de los miembros
de la familia, leía la Biblia y exponía las verdades de la salvación.
Los que oían el mensaje, llevaban las buenas nuevas a otros, y pronto
el maestro fue más allá, a otros lugares, predicando en los pueblos y
villorrios. Se le abrían las puertas de los castillos y de las chozas, y
con su obra colocaba los cimientos de iglesias de donde iban a salir
más tarde los valientes testigos de la verdad.
A los pocos meses estaba de vuelta en París. Reinaba gran agita-
ción en el círculo de literatos y estudiantes. El estudio de los idiomas
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antiguos había sido causa de que muchos fijaran su atención en la