Página 203 - El Conflicto de los Siglos (2007)

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La reforma en Francia
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rayo de luz divina penetró aun dentro de los muros del escolasticismo
y de la superstición que encerraban a Calvino. Estremecióse al oír
las nuevas doctrinas, sin dudar nunca que los herejes merecieran el
fuego al que eran entregados. Y no obstante, sin saber cómo, tuvo
que habérselas con la herejía y se vio obligado a poner a prueba el
poder de la teología romanista para rebatir la doctrina protestante.
Hallábase en París un primo hermano de Calvino, que se había
unido con los reformadores. Ambos parientes se reunían con fre-
cuencia para discutir las cuestiones que perturbaban a la cristiandad.
“No hay más que dos religiones en el mundo—decía Olivetán, el
protestante—. Una, que los hombres han inventado, y según la cual
se salva el ser humano por medio de ceremonias y buenas obras; la
otra es la que está revelada en la Biblia y que enseña al hombre a no
esperar su salvación sino de la gracia soberana de Dios”.
“No quiero tener nada que ver con ninguna de vuestras nuevas
doctrinas—respondía Calvino—, ¿creéis que he vivido en el error
todos los días de mi vida?” (Wylie, lib. 13, cap. 7).
Pero habíanse despertado en su mente pensamientos que ya no
podía desterrar de ella. A solas en su aposento meditaba en las
palabras de su primo. El sentimiento del pecado se había apoderado
de su corazón; se veía sin intercesor en presencia de un Juez santo y
justo. La mediación de los santos, las buenas obras, las ceremonias
de la iglesia, todo ello le parecía ineficaz para expiar el pecado. Ya
no veía ante sí mismo sino la lobreguez de una eterna desesperación.
En vano se esforzaban los doctores de la iglesia por aliviarle de su
pena. En vano recurría a la confesión y a la penitencia; estas cosas
no pueden reconciliar al alma con Dios.
Aún estaba Calvino empeñado en tan infructuosas luchas cuando
un día en que por casualidad pasaba por una plaza pública, presenció
la muerte de un hereje en la hoguera. Se llenó de admiración al ver la
expresión de paz que se pintaba en el rostro del mártir. En medio de
las torturas de una muerte espantosa, y bajo la terrible condenación
de la iglesia, daba el mártir pruebas de una fe y de un valor que el
joven estudiante comparaba con dolor con su propia desesperación
y con las tinieblas en que vivía a pesar de su estricta obediencia a
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los mandamientos de la iglesia. Sabía que los herejes fundaban su
fe en la Biblia; por lo tanto se decidió a estudiarla para descubrir, si
posible fuera, el secreto del gozo del mártir.