Página 202 - El Conflicto de los Siglos (2007)

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El Conflicto de los Siglos
Berquin fue estrangulado y su cuerpo entregado a las llamas.
La noticia de su muerte entristeció a los amigos de la Reforma en
todas partes de Francia. Pero su ejemplo no quedó sin provecho.
“También nosotros estamos listos—decían los testigos de la verdad—
para recibir la muerte con gozo, poniendo nuestros ojos en la vida
venidera” (D’Aubigné,
ibíd
.).
Durante la persecución en Meaux, se prohibió a los predicadores
de la Reforma que siguieran en su obra de propaganda, por lo cual
fueron a establecerse en otros campos de acción. Lefevre, al cabo
de algún tiempo, se dirigió a Alemania, y Farel volvió a su pueblo
natal, en el este de Francia para esparcir la luz en la tierra de su
niñez. Ya se había sabido lo que estaba ocurriendo en Meaux, y por
consiguiente la verdad, que él enseñaba sin temor, encontró adeptos.
Muy pronto las autoridades le impusieron silencio y le echaron de la
ciudad. Ya que no podía trabajar en público, se puso a recorrer los
valles y los pueblos, enseñando en casas particulares y en apartados
campos, hallando abrigo en los bosques y en las cuevas de las peñas
de él conocidos desde que los frecuentara en los años de su infancia.
Dios le preparaba para mayores pruebas. “Las penas, la persecución
y todas las asechanzas del diablo, con las que se me amenaza, no
han escaseado—decía él—, y hasta han sido mucho más severas de
lo que yo con mis propias fuerzas hubiera podido sobrellevar; pero
Dios es mi Padre; él me ha suministrado y seguirá suministrándome
las fuerzas que necesite” (D’Aubigné,
Histoire de la Réformation
au seizième siècle
, lib. 12, cap. 9).
Como en los tiempos apostólicos, la persecución había redunda-
do en bien del adelanto del evangelio.
Filipenses 1:12
. Expulsados
de París y Meaux, “los que fueron esparcidos, iban por todas partes
anunciando la palabra”.
Hechos 8:4
. Y de esta manera la verdad se
abrió paso en muchas de las remotas provincias de Francia.
Dios estaba preparando aun más obreros para extender su causa.
En una de las escuelas de París hallábase un joven formal, de ánimo
tranquilo, que daba muestras evidentes de poseer una mente poderosa
y perspicaz, y que no era menos notable por la pureza de su vida
que por su actividad intelectual y su devoción religiosa. Su talento y
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aplicación hicieron pronto de él un motivo de orgullo para el colegio,
y se susurraba entre los estudiantes que Juan Calvino sería un día uno
de los más capaces y más ilustres defensores de la iglesia. Pero un