Página 217 - El Conflicto de los Siglos (2007)

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La reforma en Francia
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mundo, y llevando el sagrado nombre de Jesús, de Aquel que anduvo
haciendo bienes. Pero bajo esta fingida mansedumbre, ocultaban a
menudo propósitos criminales y mortíferos. Era un principio fun-
damental de la orden, que el fin justifica los medios. Según dicho
principio, la mentira, el robo, el perjurio y el asesinato, no solo eran
perdonables, sino dignos de ser recomendados, siempre que vieran
los intereses de la iglesia. Con muy diversos disfraces se introducían
los jesuitas en los puestos del estado, elevándose hasta la categoría
de consejeros de los reyes, y dirigiendo la política de las naciones.
Se hacían criados para convertirse en espías de sus señores. Estable-
cían colegios para los hijos de príncipes y nobles, y escuelas para
los del pueblo; y los hijos de padres protestantes eran inducidos a
observar los ritos romanistas. Toda la pompa exterior desplegada en
el culto de la iglesia de Roma se aplicaba a confundir la mente y
ofuscar y embaucar la imaginación, para que los hijos traicionaran
aquella libertad por la cual sus padres habían trabajado y derramado
su sangre. Los jesuitas se esparcieron rápidamente por toda Europa
y doquiera iban lograban reavivar el papismo.
Para otorgarles más poder, se expidió una bula que restablecía
la Inquisición (véase el Apéndice). No obstante el odio general que
inspiraba, aun en los países católicos, el terrible tribunal fue restable-
cido por los gobernantes obedientes al papa; y muchas atrocidades
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demasiado terribles para cometerse a la luz del día, volvieron a
perpetrarse en los secretos y oscuros calabozos. En muchos países,
miles y miles de representantes de la flor y nata de la nación, de los
más puros y nobles, de los más inteligentes y cultos, de los pasto-
res más piadosos y abnegados, de los ciudadanos más patriotas e
industriosos, de los más brillantes literatos, de los artistas de más ta-
lento y de los artesanos más expertos, fueron asesinados o se vieron
obligados a huir a otras tierras.
Estos eran los medios de que se valía Roma para apagar la luz
de la Reforma, para privar de la Biblia a los hombres, y restaurar la
ignorancia y la superstición de la Edad Media. Empero, debido a
la bendición de Dios y al esfuerzo de aquellos nobles hombres que
él había suscitado para suceder a Lutero, el protestantismo no fue
vencido. Esto no se debió al favor ni a las armas de los príncipes. Los
países más pequeños, las naciones más humildes e insignificantes,
fueron sus baluartes. La pequeña Ginebra, a la que rodeaban podero-