Página 233 - El Conflicto de los Siglos (2007)

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El despertar de España
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solo muchos hogares del bajo pueblo, sino también los palacios de
príncipes, nobles y prelados. La luz brilló con tanta claridad que,
como sucedió en Valladolid, penetró hasta en algunos de los mo-
nasterios, que a su vez se convirtieron centros de luz y bendición.
“El capellán del monasterio dominicano de San Pablo propagaba
con celo” las doctrinas reformadas. Se contaban discípulos en el
convento de Santa Isabel y en otras instituciones religiosas de Sevilla
y sus alrededores.
Empero fue en “el convento jeronimiano de San Isidoro del
Campo, uno de los más célebres monasterios de España”, situado
a unos dos kilómetros de Sevilla, donde la luz de la verdad divina
brilló con más fulgor. Uno de los monjes, García de Arias, llamado
vulgarmente Dr. Blanco, enseñaba precavidamente a sus hermanos
“que el recitar en los coros de los conventos, de día y de noche, las
sagradas preces, ya rezando ya cantando, no era rogar a Dios; que los
ejercicios de la verdadera religión eran otros que los que pensaba el
vulgo religioso; que debían leerse y meditarse con suma atención las
Sagradas Escrituras, y que solo de ellas se podía sacar el verdadero
conocimiento de Dios y de su voluntad”.
R. Gonzalez de Montes,
258-272; 237-247
. Esta enseñanza la puso hábilmente en realce otro
monje, Casiodoro de Reina, “que se hizo célebre posteriormente
traduciendo la Biblia en el idioma de su país”. La instrucción dada
por tan notables personalidades preparó el camino para “el cambio
radical” que, en 1557, fue introducido “en los asuntos internos de
aquel monasterio”. “Habiendo recibido un buen surtido de ejem-
plares de las Escrituras y de libros protestantes, en castellano, los
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frailes los leyeron con gran avidez, circunstancia que contribuyó a
confirmar desde luego a cuantos habían sido instruidos, y a librar a
otros de las preocupaciones de que eran esclavos. Debido a esto el
prior y otras personas de carácter oficial, de acuerdo con la cofradía,
resolvieron reformar su institución religiosa. Las horas, llamadas
de rezo, que habían solido pasar en solemnes romerías, fueron de-
dicadas a oír conferencias sobre las Escrituras; los rezos por los
difuntos fueron suprimidos o sustituidos con enseñanzas para los
vivos; se suprimieron por completo las indulgencias y las dispensas
papales, que constituyeran lucrativo monopolio; se dejaron subsistir
las imágenes, pero ya no se las reverenciaba; la temperancia habitual
sustituyó a los ayunos supersticiosos; y a los novicios se les instruía