Página 234 - El Conflicto de los Siglos (2007)

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El Conflicto de los Siglos
en los principios de la verdadera piedad, en lugar de iniciarlos en
los hábitos ociosos y degradantes del monaquismo. Del sistema an-
tiguo no quedaba más que el hábito monacal y la ceremonia exterior
de la misa, que no podían abandonar sin exponerse a inevitable e
inminente peligro.
“Los buenos efectos de semejante cambio no tardaron en dejarse
sentir fuera del monasterio de San Isidoro del Campo. Por medio de
sus pláticas y de la circulación de libros, aquellos diligentes monjes
difundieron el conocimiento de la verdad por las comarcas vecinas
y la dieron a conocer a muchos que vivían en ciudades bastante
distantes de Sevilla” (M’Crie, cap. 6).
Por deseable que fuese “la reforma introducida por los monjes de
San Isidoro en su convento, [...] no obstante ella los puso en situación
delicada a la par que dolorosa. No podían deshacerse del todo de las
formas monásticas sin exponerse al furor de sus enemigos; no podían
tampoco conservarlas sin incurrir en culpable inconsecuencia”.
Todo bien pensado, resolvieron que no sería cuerdo tratar de
fugarse del convento, y que lo único que podían hacer era “quedarse
donde estaban y encomendarse a lo que dispusiera una Providencia
omnipotente y bondadosa”. Acontecimientos subsiguientes les hicie-
ron reconsiderar el asunto, llegando al acuerdo de dejar a cada cual
libre de hacer, según las circunstancias, lo que mejor y más prudente
le pareciera. “Consecuentemente, doce de entre ellos abandonaron
el monasterio y, por diferentes caminos, lograron ponerse a salvo
fuera de España, y a los doce meses se reunieron en Ginebra” (
ibíd
.).
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Hacía unos cuarenta años que las primeras publicaciones que
contenían las doctrinas reformadas habían penetrado en España.
Los esfuerzos combinados de la Iglesia Católica romana no habían
logrado contrarrestar el avance secreto del movimiento, y año tras
año la causa del protestantismo se había robustecido, hasta contarse
por miles los adherentes a la nueva fe. De cuando en cuando se iban
algunos a otros países para gozar de la libertad religiosa. Otros salían
de su tierra para colaborar en la obra de crear toda una literatura
especialmente adecuada para fomentar la causa que amaban más
que la misma vida. Otros aún, cual los monjes que abandonaron el
monasterio de San Isidoro, se sentían impelidos a salir debido a las
circunstancias peculiares en que se hallaban.