Página 243 - El Conflicto de los Siglos (2007)

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En los Países Bajos y Escandinavia
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Entre ambas clases de personas trabajó Menno con gran empeño y
con mucho éxito.
Viajó durante veinticinco años, con su esposa y sus hijos, y expo-
niendo muchas veces su vida. Atravesó los Países Bajos y el norte de
Alemania, y aunque trabajaba principalmente entre las clases humil-
des, ejercía dilatada influencia. Dotado de natural elocuencia, si bien
de instrucción limitada, era hombre de firme integridad, de espíritu
humilde, de modales gentiles, de piedad sincera y profunda; y como
su vida era un ejemplo de la doctrina que enseñaba, ganábase la
confianza del pueblo. Sus partidarios eran dispersados y oprimidos.
Sufrían mucho porque se les confundía con los fanáticos de Munster.
Y sin embargo, a pesar de todo, era muy grande el número de los
que eran convertidos por su ministerio.
En ninguna parte fueron recibidas las doctrinas reformadas de
un modo tan general como en los Países Bajos. Y en pocos países
sufrieron sus adherentes tan espantosas persecuciones. En Alemania
Carlos V había publicado edictos contra la Reforma, y de buena
gana hubiera llevado a la hoguera a todos los partidarios de ella;
pero allí estaban los príncipes oponiendo una barrera a su tiranía. En
los Países Bajos su poder era mayor, y los edictos de persecución
se seguían unos a otros en rápida sucesión. Leer la Biblia, oírla leer,
predicarla, o aun referirse a ella en la conversación, era incurrir en
la pena de muerte por la hoguera. Orar a Dios en secreto, abstenerse
de inclinarse ante las imágenes, o cantar un salmo, eran otros tantos
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hechos castigados también con la muerte. Aun los que abjuraban de
sus errores eran condenados, si eran hombres, a ser degollados, y si
eran mujeres, a ser enterradas vivas. Millares perecieron durante los
reinados de Carlos y de Felipe II.
En cierta ocasión llevaron ante los inquisidores a toda una familia
acusada de no oír misa y de adorar a Dios en su casa. Interrogado
el hijo menor respecto de las prácticas de la familia, contestó: “Nos
hincamos de rodillas y pedimos a Dios que ilumine nuestra mente
y nos perdone nuestros pecados. Rogamos por nuestro soberano,
porque su reinado sea próspero y su vida feliz. Pedimos también
a Dios que guarde a nuestros magistrados” (Wylie, lib. 18, cap. 6).
Algunos de los jueces quedaron hondamente conmovidos, pero, no
obstante, el padre y uno de los hijos fueron condenados a la hoguera.