Página 244 - El Conflicto de los Siglos (2007)

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El Conflicto de los Siglos
La ira de los perseguidores era igualada por la fe de los mártires.
No solo los hombres sino aun delicadas señoras y doncellas desple-
garon un valor inquebrantable. “Las esposas se colocaban al lado
de sus maridos en la hoguera y mientras estos eran envueltos en las
llamas, ellas los animaban con palabras de consuelo, o cantándoles”
salmos. “Las doncellas, al ser enterradas vivas, se acostaban en sus
tumbas con la tranquilidad con que hubieran entrado en sus aposen-
tos o subían a la hoguera y se entregaban a las llamas, vestidas con
sus mejores galas, lo mismo que si fueran a sus bodas” (
ibíd
.).
Así como en los tiempos en que el paganismo procuró aniquilar
el evangelio, la sangre de los cristianos era simiente (véase Tertu-
liano,
Apología
, párr. 50). La persecución no servía más que para
aumentar el número de los testigos de la verdad. Año tras año, el mo-
narca enloquecido de ira al comprobar su impotencia para doblegar
la determinación del pueblo, se ensañaba más y más en su obra de
exterminio, pero en vano. Finalmente, la revolución acaudillada por
el noble Guillermo de Orange dio a Holanda la libertad de adorar a
Dios.
En las montañas del Piamonte, en las llanuras de Francia, y
en las costas de Holanda, el progreso del evangelio era señalado
con la sangre de sus discípulos. Pero en los países del norte halló
pacífica entrada. Ciertos estudiantes de Wittenberg, al regresar a sus
hogares, introdujeron la fe reformada en la península escandinava.
La publicación de los escritos de Lutero ayudó a esparcir la luz.
El pueblo rudo y sencillo del norte se alejó de la corrupción, de la
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pompa y de las supersticiones de Roma, para aceptar la pureza, la
sencillez y las verdades vivificadoras de la Biblia.
Tausen, “el reformador de Dinamarca”, era hijo de un campesino.
Desde su temprana edad dio pruebas de poseer una inteligencia
vigorosa; tenía sed de instruirse; pero no pudiendo aplacarla, debido
a las circunstancias de sus padres, entró en un claustro. Allí la pureza
de su vida, su diligencia y su lealtad le granjearon la buena voluntad
de su superior. Los exámenes demostraron que tenía talento y que
podría prestar buenos servicios a la iglesia. Se resolvió permitirle
que se educase en una universidad de Alemania o de los Países
Bajos. Se le concedió libertad para elegir la escuela a la cual quisiera
asistir, siempre que no fuera la de Wittenberg. No convenía exponer
al educando a la ponzoña de la herejía, pensaban los frailes.