Página 254 - El Conflicto de los Siglos (2007)

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El Conflicto de los Siglos
reformador no tuvo jamás miedo de los hombres. El resplandor de
las hogueras no hizo más que dar a su fervor mayor intensidad. Con
el hacha del tirano pendiente sobre su cabeza y amenazándole de
muerte, permanecía firme y asestando golpes a diestra y a siniestra
para demoler la idolatría.
Cuando lo llevaron ante la reina de Escocia, en cuya presen-
cia flaqueó el valor de más de un caudillo protestante, Juan Knox
testificó firme y denodadamente por la verdad. No podían ganarlo
con halagos, ni intimidarlo con amenazas. La reina le culpó de he-
rejía. Había enseñado al pueblo una religión que estaba prohibida
por el estado y con ello, añadía ella, transgredía el mandamiento de
Dios que ordena a los súbditos obedecer a sus gobernantes. Knox
respondió con firmeza:
“Como la religión verdadera no recibió de los gobernantes su
fuerza original ni su autoridad, sino solo del eterno Dios, así tampoco
deben los súbditos amoldar su religión al gusto de sus reyes. Porque
muy a menudo son los príncipes los más ignorantes de la religión
verdadera [...]. Si toda la simiente de Abraham hubiera sido de la
religión del faraón del cual fueron súbditos por largo tiempo, os
pregunto, señora, ¿qué religión habría hoy en el mundo? Y si en
los días de los apóstoles todos hubieran sido de la religión de los
emperadores de Roma, decidme, señora, ¿qué religión habría hoy
en el mundo? [...] De esta suerte, señora, podéis comprender que los
súbditos no están obligados a sujetarse a la religión de sus príncipes
si bien les está ordenado obedecerles”.
María respondió: “Vos interpretáis las Escrituras de un modo,
y ellos [los maestros romanistas] las interpretan de otro, ¿a quién
creeré y quién será juez en este asunto?”
“Debéis creer en Dios, que habla con sencillez en su Palabra—
contestó el reformador—, y más de lo que ella os diga no debéis
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creer ni de unos ni de otros. La Palabra de Dios es clara; y si parece
haber oscuridad en algún pasaje, el Espíritu Santo, que nunca se
contradice a sí mismo, se explica con más claridad en otros pasajes,
de modo que no queda lugar a duda sino para el ignorante”. David
Laing,
Works of John Knox 2:281, 284
.
Tales fueron las verdades que el intrépido reformador, con pe-
ligro de su vida, dirigió a los oídos reales. Con el mismo valor
indómito se aferró a su propósito y siguió orando y combatien-