Página 269 - El Conflicto de los Siglos (2007)

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La Biblia y la Revolución Francesa
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“Los cuales profetizarán mil doscientos sesenta días, vestidos
de sacos”. Durante la mayor parte de dicho período los testigos de
Dios permanecieron en oscuridad. El poder papal procuró ocultarle
al pueblo la Palabra de verdad y poner ante él testigos falsos que
contradijeran su testimonio (véase el Apéndice). Cuando la Biblia
fue prohibida por las autoridades civiles y religiosas, cuando su
testimonio fue pervertido y se hizo cuanto pudieron inventar los
hombres y los demonios para desviar de ella la atención de la gente,
y cuando los que osaban proclamar sus verdades sagradas fueron
perseguidos, entregados, atormentados, confinados en las mazmo-
rras, martirizados por su fe u obligados a refugiarse en las fortalezas
de los montes y en las cuevas de la tierra, fue entonces cuando los
fieles testigos profetizaron vestidos de sacos. No obstante, siguieron
dando su testimonio durante todo el período de 1.260 años. Aun
en los tiempos más sombríos hubo hombres fieles que amaron la
Palabra de Dios y se manifestaron celosos por defender su honor.
A estos fieles siervos de Dios les fueron dados poder, sabiduría y
autoridad para que divulgasen la verdad durante todo este período.
“Y si alguno procura dañarlos, fuego procede de sus bocas, y de-
vora a sus enemigos; y si alguno procurare dañarlos, es menester que
de esta manera sea muerto”.
Apocalipsis 11:5 (VM)
. Los hombres
no pueden pisotear impunemente la Palabra de Dios. El significado
de tan terrible sentencia resalta en el último capítulo del Apocalipsis:
[272]
“Yo advierto a todo aquel que oye las palabras de la profecía de este
libro: Si alguno añade a estas cosas, Dios traerá sobre él las plagas
que están escritas en este libro. Y si alguno quitare de las palabras
del libro de esta profecía, Dios quitará su parte del libro de la vida,
y de la santa ciudad, y de las cosas que están escritas en este libro”.
Apocalipsis 22:18, 19 (RV95)
.
Tales son los avisos que ha dado Dios para que los hombres se
abstengan de alterar lo revelado o mandado por él. Estas solemnes
denuncias se refieren a todos los que con su influencia hacen que
otros consideren con menosprecio la ley de Dios. Deben hacer tem-
blar y temer a los que declaran con liviandad que poco importa que
obedezcamos o no obedezcamos a la ley de Dios. Todos los que
alteran el significado preciso de las Sagradas Escrituras sobrepo-
niéndoles sus opiniones particulares, y los que tuercen los preceptos
de la Palabra divina ajustándolos a sus propias conveniencias, o a las