Página 28 - El Conflicto de los Siglos (2007)

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El Conflicto de los Siglos
por el miedo y el dolor. Cristo les dio un bosquejo de los sucesos
culminantes que habrían de desarrollarse antes de la consumación de
los tiempos. Sus palabras no fueron entendidas plenamente entonces,
pero su significado iba a aclararse a medida que su pueblo necesitase
la instrucción contenida en esas palabras. La profecía del Señor
entrañaba un doble significado: al par que anunciaba la ruina de
Jerusalén presagiaba también los horrores del gran día final.
Jesús declaró a los discípulos los castigos que iban a caer sobre
el apóstata Israel y especialmente los que debería sufrir por haber
rechazado y crucificado al Mesías. Iban a producirse señales inequí-
vocas, precursoras del espantoso desenlace. La hora aciaga llegaría
presta y repentinamente. Y el Salvador advirtió a sus discípulos:
“Por tanto, cuando viereis la abominación del asolamiento, que fue
dicha por Daniel profeta, que estará en el lugar santo (el que lee,
entienda), entonces los que estén en Judea, huyan a los montes”.
Mateo 24:15, 16
;
Lucas 21:20
. Tan pronto como los estandartes del
ejército romano idólatra fuesen clavados en el suelo sagrado, que
se extendía varios estadios más allá de les muros, los creyentes en
Cristo debían huir a un lugar seguro. Al ver la señal preventiva, todos
los que quisieran escapar debían hacerlo sin tardar. Tanto en tierra
de Judea como en la propia ciudad de Jerusalén el aviso de la fuga
debía ser aprovechado en el acto. Todo el que se hallase en aquel
instante en el tejado de su casa no debía entrar en ella ni para tomar
consigo los más valiosos tesoros; los que trabajaran en el campo y
en los viñedos no debían perder tiempo en volver por las túnicas que
se hubiesen quitado para sobrellevar mejor el calor y la faena del
día. Todos debían marcharse sin tardar si no querían verse envueltos
en la ruina general.
Durante el reinado de Herodes, la ciudad de Jerusalén no so-
lo había sido notablemente embellecida, sino también fortalecida.
Se erigieron torres, muros y fortalezas que, unidos a la ventajosa
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situación topográfica del lugar, la hacían aparentemente inexpugna-
ble. Si en aquellos días alguien hubiese predicho públicamente la
destrucción de la ciudad, sin duda habría sido considerado cual lo
fuera Noé en su tiempo: como alarmista insensato. Pero Cristo había
dicho: “El cielo y la tierra pasarán, mas mis palabras no pasarán”.
Mateo 24:35
. La ira del Señor se había declarado contra Jerusalén a