Página 283 - El Conflicto de los Siglos (2007)

Basic HTML Version

La Biblia y la Revolución Francesa
279
talla donde las luchas eran inspiradas y dirigidas por las violencias
y las pasiones. “En París sucedíanse los tumultos uno a otro y los
ciudadanos divididos en diversos partidos, no parecían llevar otra
mira que el exterminio mutuo”. Y para agravar más aun la miseria
general, la nación entera se vio envuelta en prolongada y devastadora
guerra con las mayores potencias de Europa. “El país estaba casi en
bancarrota, el ejército reclamaba pagos atrasados, los parisienses se
morían de hambre, las provincias habían sido puestas a saco por los
[285]
bandidos y la civilización casi había desaparecido en la anarquía y
la licencia”.
Harto bien había aprendido el pueblo las lecciones de crueldad
y de tormento que con tanta diligencia Roma le enseñara. Al fin
había llegado el día de la retribución. Ya no eran los discípulos
de Jesús los que eran arrojados a las mazmorras o a la hoguera.
Tiempo hacía ya que estos habían perecido o que se hallaban en
el destierro; la desapiadada Roma sentía ya el poder mortífero de
aquellos a quienes ella había enseñado a deleitarse en la perpetración
de crímenes sangrientos. “El ejemplo de persecución que había
dado el clero de Francia durante varios siglos se volvía contra él
con señalado vigor. Los cadalsos se teñían con la sangre de los
sacerdotes. Las galeras y las prisiones en donde antes se confinaba a
los hugonotes, se hallaban ahora llenas de los perseguidores de ellos.
Sujetos con cadenas al banquillo del buque y trabajando duramente
con los remos, el clero católico romano experimentaba los tormentos
que antes con tanta prodigalidad infligiera su iglesia a los mansos
herejes” (véase el Apéndice).
“Llegó entonces el día en que el código más bárbaro que jamás
se haya conocido fue puesto en vigor por el tribunal más bárbaro que
se hubiera visto hasta entonces; día aquel en que nadie podía saludar
a sus vecinos, ni a nadie se le permitía que hiciese oración [...] so
pena de incurrir en el peligro de cometer un crimen digno de muerte;
en que los espías acechaban en cada esquina; en que la guillotina
no cesaba en su tarea día tras día; en que las cárceles estaban tan
llenas de presos que más parecían galeras de esclavos; y en que las
acequias corrían al Sena llevando en sus raudales la sangre de las
víctimas [...].
Mientras que en París se llevaban cada día al suplicio carros re-
pletos de sentenciados a muerte, los procónsules que eran enviados