Página 282 - El Conflicto de los Siglos (2007)

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El Conflicto de los Siglos
del clero y al de los nobles juntos. Era pues el pueblo dueño de la
situación; pero no estaba preparado para hacer uso de su poder con
sabiduría y moderación. Ansioso de reparar los agravios que había
sufrido, decidió reconstituir la sociedad. Un populacho encolerizado
que guardaba en su memoria el recuerdo de tantos sufrimientos,
resolvió levantarse contra aquel estado de miseria que había venido
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ya a ser insoportable, y vengarse de aquellos a quienes consideraba
como responsables de sus padecimientos. Los oprimidos, poniendo
en práctica las lecciones que habían aprendido bajo el yugo de los
tiranos, se convirtieron en opresores de los mismos que antes les
habían oprimido.
La desdichada Francia recogió con sangre lo que había sem-
brado. Terribles fueron las consecuencias de su sumisión al poder
avasallador de Roma. Allí donde Francia, impulsada por el papismo,
prendiera la primera hoguera en los comienzos de la Reforma, allí
también la Revolución levantó su primera guillotina. En el mismo
sitio en que murieron quemados los primeros mártires del protestan-
tismo en el siglo XVI, fueron precisamente decapitadas las primeras
víctimas en el siglo XVIII. Al rechazar Francia el evangelio que le
brindaba bienestar, franqueó las puertas a la incredulidad y a la ruina.
Una vez desechadas las restricciones de la ley de Dios, se echó de
ver que las leyes humanas no tenían fuerza alguna para contener las
pasiones, y la nación fue arrastrada a la rebeldía y a la anarquía. La
guerra contra la Biblia inició una era conocida en la historia como
“el reinado del terror”. La paz y la dicha fueron desterradas de todos
los hogares y de todos los corazones. Nadie tenía la vida segura. El
que triunfaba hoy era considerado al día siguiente como sospechoso
y le condenaban a muerte. La violencia y la lujuria dominaban sin
disputa.
El rey, el clero y la nobleza, tuvieron que someterse a las atroci-
dades de un pueblo excitado y frenético. Su sed de venganza subió
de punto cuando el rey fue ejecutado, y los mismos que decretaron
su muerte le siguieron bien pronto al cadalso. Se resolvió matar a
cuantos resultasen sospechosos de ser hostiles a la Revolución. Las
cárceles se llenaron y hubo en cierta ocasión dentro de sus muros
más de doscientos mil presos. En las ciudades del reino se regis-
traron crímenes horrorosos. Se levantaba un partido revolucionario
contra otro, y Francia quedó convertida en inmenso campo de ba-