Página 281 - El Conflicto de los Siglos (2007)

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La Biblia y la Revolución Francesa
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acierto describía él la suerte de Francia con su respuesta tan egoísta
como indolente: “¡Después de mí el diluvio!”
Valiéndose Roma de la ambición de los reyes y de las clases
dominantes, había ejercido su influencia para sujetar al pueblo en
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la esclavitud, pues comprendía que de ese modo el estado se debi-
litaría y ella podría dominar completamente gobiernos y súbditos.
Por su previsora política advirtió que para esclavizar eficazmente
a los hombres necesitaba subyugar sus almas y que el medio más
seguro para evitar que escapasen de su dominio era convertirlos
en seres impropios para la libertad. Mil veces más terrible que el
padecimiento físico que resultó de su política, fue la degradación
moral que prevaleció en todas partes. Despojado el pueblo de la
Biblia y sin más enseñanzas que la del fanatismo y la del egoísmo,
quedó sumido en la ignorancia y en la superstición y tan degradado
por los vicios que resultaba incapaz de gobernarse por sí solo.
Empero los resultados fueron muy diferentes de lo que Roma
había procurado. En vez de que las masas se sujetaran ciegamente a
sus dogmas, su obra las volvió incrédulas y revolucionarias; odiaron
al romanismo y al sacerdocio a los que consideraban cómplices en
la opresión. El único Dios que el pueblo conocía era el de Roma, y
la enseñanza de esta su única religión. Considerando la crueldad y
la iniquidad de Roma como fruto legítimo de las enseñanzas de la
Biblia, no quería saber nada de estas.
Roma había dado a los hombres una idea falsa del carácter de
Dios, y pervertido sus requerimientos. En consecuencia, al fin el
pueblo rechazó la Biblia y a su Autor. Roma había exigido que
se creyese ciegamente en sus dogmas, que declaraba sancionados
por las Escrituras. En la reacción que se produjo, Voltaire y sus
compañeros desecharon en absoluto la Palabra de Dios e hicieron
cundir por todas partes el veneno de la incredulidad. Roma había
hollado al pueblo con su pie de hierro, y las masas degradadas y
embrutecidas, al sublevarse contra tamaña tiranía, desconocieron
toda sujeción. Se enfurecieron al ver que por mucho tiempo habían
aceptado tan descarados embustes y rechazaron la verdad juntamente
con la mentira; y confundiendo la libertad con el libertinaje, los
esclavos del vicio se regocijaron con una libertad imaginaria.
Al estallar la Revolución el rey concedió al pueblo que lo repre-
sentara en la asamblea nacional un número de delegados superior al