Página 285 - El Conflicto de los Siglos (2007)

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La Biblia y la Revolución Francesa
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El error fatal que ocasionó tantos males a los habitantes de Fran-
cia fue el desconocimiento de esta gran verdad: que la libertad bien
entendida se basa en las prohibiciones de la ley de Dios. “¡Oh si
hubieras escuchado mis mandamientos! entonces tu paz habría sido
como un río, y tu justicia como las olas del mar”. “¡Mas no hay paz,
dice Jehová, para los inicuos!” “Aquel empero que me oyere a mí,
habitará seguro, y estará tranquilo, sin temor de mal”.
Isaías 48:18,
22
;
Proverbios 1:33 (VM)
.
Los ateos, los incrédulos y los apóstatas se oponen abiertamente
a la ley de Dios; pero los resultados de su influencia prueban que
el bienestar del hombre depende de la obediencia a los estatutos
divinos. Los que no quieran leer esta lección en el libro de Dios,
tendrán que leerla en la historia de las naciones.
[287]
Cuando Satanás obró por la iglesia romana para desviar a los
hombres de la obediencia a Dios, nadie sospechaba quiénes fueran
sus agentes y su obra estaba tan bien disfrazada que nadie compren-
dió que la miseria que de ella resultó fuera fruto de la transgresión.
Pero su poder fue contrarrestado de tal modo por la obra del Espíritu
de Dios que sus planes no llegaron a desarrollarse hasta su consuma-
ción. La gente no supo remontar del efecto a la causa ni descubrir
el origen de tanta desgracia. Pero en la Revolución la asamblea
nacional rechazó la ley de Dios, y durante el reinado del terror que
siguió todos pudieron ver cuál era la causa de todas las desgracias.
Cuando Francia desechó a Dios y descartó la Biblia públicamen-
te, hubo impíos y espíritus de las tinieblas que se llenaron de júbilo
por haber logrado al fin el objeto que por tanto tiempo se habían
propuesto: un reino libre de las restricciones de la ley de Dios. Y
porque la maldad no era pronto castigada, el corazón de los hijos de
los hombres estaba “plenamente resuelto a hacer el mal”. Empero
la transgresión de una ley justa y recta debía traer inevitablemente
como consecuencia la miseria y el desastre. Si bien es verdad que
no vino el juicio inmediatamente sobre los culpables, estaban es-
tos labrando su ruina segura. Siglos de apostasía y de crimen iban
acumulando la ira para el día de la retribución; y cuando llegaron
al colmo de la iniquidad comprendieron los menospreciadores de
Dios cuán terrible es agotar la paciencia divina. Fue retirado en gran
medida el poder restrictivo del Espíritu de Dios que hubiera sido
el único capaz de tener en jaque al poder cruel de Satanás y se le