Página 293 - El Conflicto de los Siglos (2007)

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América, tierra de libertad
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esa manera el poder secular quedaba en manos de la iglesia, y no se
hizo esperar mucho el resultado inevitable de semejantes medidas:
la persecución.
Once años después de haber sido fundada la primera colonia, lle-
gó Roger Williams al Nuevo Mundo. Como los primeros peregrinos,
vino para disfrutar de libertad religiosa, pero de ellos se diferenciaba
en que él vio lo que pocos de sus contemporáneos habían visto, a
saber que esa libertad es derecho inalienable de todos, cualquiera
que fuere su credo. Investigó diligentemente la verdad, pensando,
como Robinson, que no era posible que hubiese sido recibida ya toda
la luz que de la Palabra de Dios dimana. Williams “fue la primera
persona del cristianismo moderno que estableció el gobierno civil
de acuerdo con la doctrina de la libertad de conciencia, y la igualdad
de opiniones ante la ley” (Bancroft, parte 1, cap. 15). Sostuvo que
era deber de los magistrados restringir el crimen mas nunca regir la
conciencia. Decía: “El público o los magistrados pueden fallar en lo
que atañe a lo que los hombres se deben unos a otros, pero cuando
tratan de señalar a los hombres las obligaciones para con Dios, obran
fuera de su lugar y no puede haber seguridad alguna, pues resulta
claro que si el magistrado tiene tal facultad, bien puede decretar
hoy una opinión y mañana otra contraria, tal como lo hicieron en
Inglaterra varios reyes y reinas, y en la iglesia romana los papas y
los concilios, a tal extremo que la religión se ha convertido en una
completa confusión”.
Martyn 5:340
.
La asistencia a los cultos de la iglesia establecida era obligatoria
so pena de multa o de encarcelamiento. “Williams reprobó tal ley;
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la peor cláusula del código inglés era aquella en la que se obligaba
a todos a asistir a la iglesia parroquial. Consideraba él que obligar
a hombres de diferente credo a unirse entre sí, era una flagrante
violación de los derechos naturales del hombre; forzar a concurrir
a los cultos públicos a los irreligiosos e indiferentes era tan solo
exigirles que fueran hipócritas [...]. ‘Ninguno—decía él—debe ser
obligado a practicar ni a sostener un culto contra su consentimiento’.
‘¡Cómo!—replicaban sus antagonistas, espantados de los principios
expresados por Williams—, ¿no es el obrero digno de su salario?’
‘Sí—respondía él—, cuando ese salario se lo dan los que quieren
ocuparle’” (Bancroft, parte 1, cap. 15).