Página 301 - El Conflicto de los Siglos (2007)

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Heraldos de una nueva era
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visto ir al cielo”. Y el apóstol Pablo, hablando por inspiración, asegu-
ra: “El Señor
mismo
descenderá del cielo con mandato soberano, con
la voz del arcángel y con trompeta de Dios”. El profeta de Patmos
dice: “¡He aquí que viene con las nubes, y todo ojo le verá!”
Hechos
1:11
;
1 Tesalonicenses 4:16
;
Apocalipsis 1:7 (VM)
.
En torno de su venida se agrupan las glorias de “la restauración
de todas las cosas, de la cual habló Dios por boca de sus santos profe-
tas, que ha habido desde la antigüedad”. Entonces será quebrantado
el poder del mal que tanto tiempo duró; “¡el reino del mundo” ven-
drá “a ser el reino de nuestro Señor y de su Cristo; y él reinará para
siempre jamás!” “¡Será manifestada la gloria de Jehová, y la verá
toda carne juntamente!” “Jehová hará crecer justicia y alabanza en
presencia de todas las naciones”. Él “será corona de gloria y diadema
de hermosura para el resto de su pueblo”.
Hechos 3:21
;
Apocalipsis
11:15
;
Isaías 40:5
;
61:11
;
28:5 (VM)
.
Entonces el reino de paz del Mesías esperado por tan largo
tiempo, será establecido por toda la tierra. “Jehová ha consolado
a Sión, ha consolado todas sus desolaciones; y ha convertido su
desierto en un Edén, y su soledad en jardín de Jehová”. “La gloria
del Líbano le será dada, la hermosura del Carmelo y de Sarón”. “Ya
no serás llamada Azuba [dejada], y tu tierra en adelante no será
llamada Asolamiento; sino que serás llamada Héfzi-ba [mi deleite
en ella], y tu tierra, Beúla [casada]”. “De la manera que el novio
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se regocija sobre la novia, así tu Dios se regocijará sobre ti”.
Isaías
51:3
;
35:2
;
62:4, 5 (VM)
.
La venida del Señor ha sido en todo tiempo la esperanza de sus
verdaderos discípulos. La promesa que hizo el Salvador al despedirse
en el Monte de los Olivos, de que volvería, iluminó el porvenir
para sus discípulos al llenar sus corazones de una alegría y una
esperanza que las penas no podían apagar ni las pruebas disminuir.
Entre los sufrimientos y las persecuciones, “el aparecimiento en
gloria del gran Dios y Salvador nuestro, Jesucristo” era la “esperanza
bienaventurada”. Cuando los cristianos de Tesalónica, agobiados
por el dolor, enterraban a sus amados que habían esperado vivir
hasta ser testigos de la venida del Señor, Pablo, su maestro, les
recordaba la resurrección, que había de verificarse cuando viniese el
Señor. Entonces los que hubiesen muerto en Cristo resucitarían, y
juntamente con los vivos serían arrebatados para recibir a Cristo en el