Página 31 - El Conflicto de los Siglos (2007)

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El destino del mundo predicho
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frente de la nación y las más altas autoridades civiles y religiosas
estaban bajo su dominio.
Los jefes de los bandos opuestos hacían a veces causa común
para despojar y torturar a sus desgraciadas víctimas, y otras veces
esas mismas facciones peleaban unas con otras y se daban muerte sin
misericordia; ni la santidad del templo podía refrenar su ferocidad.
Los fieles eran derribados al pie de los altares, y el santuario era
mancillado por los cadáveres de aquellas carnicerías. No obstante,
en su necia y abominable presunción, los instigadores de la obra
infernal declaraban públicamente que no temían que Jerusalén fuese
destruida, pues era la ciudad de Dios; y, con el propósito de afianzar
su satánico poder, sobornaban a falsos profetas para que proclamaran
que el pueblo debía esperar la salvación de Dios, aunque ya el templo
estaba sitiado por las legiones romanas. Hasta el fin las multitudes
creyeron firmemente que el Todopoderoso intervendría para derrotar
a sus adversarios. Pero Israel había despreciado la protección de
Dios, y no había ya defensa alguna para él. ¡Desdichada Jerusalén!
Mientras la desgarraban las contiendas intestinas y la sangre de sus
hijos, derramada por sus propias manos, teñía sus calles de carmesí,
los ejércitos enemigos echaban a tierra sus fortalezas y mataban a
sus guerreros!
Todas las predicciones de Cristo acerca de la destrucción de Je-
rusalén se cumplieron al pie de la letra; los judíos palparon la verdad
de aquellas palabras de advertencia del Señor: “Con la medida que
medís, se os medirá”.
Mateo 7:2 (VM)
.
Aparecieron muchas señales y maravillas como síntomas pre-
cursores del desastre y de la condenación. A la media noche una
luz extraña brillaba sobre el templo y el altar. En las nubes, a la
puesta del sol, se veían como carros y hombres de guerra que se
reunían para la batalla. Los sacerdotes que ministraban de noche en
el santuario eran aterrorizados por ruidos misteriosos; temblaba la
tierra y se oían voces que gritaban: “¡Salgamos de aquí!” La gran
puerta del oriente, que por su enorme peso era difícil de cerrar entre
veinte hombres y que estaba asegurada con formidables barras de
hierro afirmadas en el duro pavimento de piedras de gran tamaño, se
abrió a la media noche de una manera misteriosa (Milman,
History
of the Jews
, libro 13).
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