Página 311 - El Conflicto de los Siglos (2007)

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Heraldos de una nueva era
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los que proclamaron el mensaje. Jesús había dicho: “Andad entre
tanto que tenéis luz, para que no os sorprendan las tinieblas”
Juan
[313]
12:35
. Los que se apartan de la luz que Dios les ha dado, o no la
procuran cuando está a su alcance, son dejados en las tinieblas. Pero
el Salvador dice también: “El que me sigue no andará en tinieblas,
sino que tendrá la luz de la vida”.
Juan 8:12 (VM)
. Cualquiera que
con rectitud de corazón trate de hacer la voluntad de Dios siguiendo
atentamente la luz que ya le ha sido dada, recibirá aun más luz; a
esa alma le será enviada alguna estrella de celestial resplandor para
guiarla a la plenitud de la verdad.
Cuando se produjo el primer advenimiento de Cristo, los sacer-
dotes y los fariseos de la ciudad santa, a quienes fueran confiados
los oráculos de Dios, habrían podido discernir las señales de los
tiempos y proclamar la venida del Mesías prometido. La profecía de
Miqueas señalaba el lugar de su nacimiento.
Miqueas 5:2
. Daniel
especificaba el tiempo de su advenimiento.
Daniel 9:25
. Dios había
encomendado estas profecías a los caudillos de Israel; no tenían pues
excusa por no saber que el Mesías estaba a punto de llegar y por no
habérselo dicho al pueblo. Su ignorancia era resultado de culpable
descuido. Los judíos estaban levantando monumentos a los profetas
de Dios que habían sido muertos, mientras que con la deferencia con
que trataban a los grandes de la tierra estaban rindiendo homenaje a
los siervos de Satanás. Absortos en sus luchas ambiciosas por los
honores mundanos y el poder, perdieron de vista los honores divinos
que el Rey de los cielos les había ofrecido.
Los ancianos de Israel deberían haber estudiado con profundo
y reverente interés el lugar, el tiempo, las circunstancias del mayor
acontecimiento de la historia del mundo: la venida del Hijo de
Dios para realizar la redención del hombre. Todo el pueblo debería
haber estado velando y esperando para hallarse entre los primeros en
saludar al Redentor del mundo. En vez de todo esto, vemos, en Belén,
a dos caminantes cansados que vienen de los collados de Nazaret,
y que recorren toda la longitud de la angosta calle del pueblo hasta
el extremo este de la ciudad, buscando en vano lugar de descanso y
abrigo para la noche. Ninguna puerta se abre para recibirlos. En un
miserable cobertizo para el ganado, encuentran al fin un refugio, y
allí fue donde nació el Salvador del mundo.