Página 336 - El Conflicto de los Siglos (2007)

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El Conflicto de los Siglos
esperanza de los discípulos. “Volvieron a Jerusalén con gran gozo: y
estaban siempre en el templo, alabando y bendiciendo a Dios”.
Lu-
cas 24:52, 53
. No se alegraban de que Jesús se hubiese separado de
ellos ni de que hubiesen sido dejados para luchar con las pruebas y
tentaciones del mundo, sino porque los ángeles les habían asegurado
que él volvería.
La proclamación de la venida de Cristo debería ser ahora lo que
fue la hecha por los ángeles a los pastores de Belén, es decir, buenas
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nuevas de gran gozo. Los que aman verdaderamente al Salvador no
pueden menos que recibir con aclamaciones de alegría el anunció
fundado en la Palabra de Dios de que Aquel en quien se concentran
sus esperanzas para la vida eterna volverá, no para ser insultado,
despreciado y rechazado como en su primer advenimiento, sino con
poder y gloria, para redimir a su pueblo. Son aquellos que no aman
al Salvador quienes desean que no regrese; y no puede haber prueba
más concluyente de que las iglesias se han apartado de Dios, que la
irritación y la animosidad despertadas por este mensaje celestial.
Los que aceptaron la doctrina del advenimiento vieron la necesi-
dad de arrepentirse y humillarse ante Dios. Muchos habían estado
vacilando mucho tiempo entre Cristo y el mundo; entonces compren-
dieron que era tiempo de decidirse. “Las cosas eternas asumieron
para ellos extraordinaria realidad. Se les acercó el cielo y se sintieron
culpables ante Dios”.
Bliss, 146
. Nueva vida espiritual se despertó
en los creyentes. El mensaje les hizo sentir que el tiempo era corto,
que debían hacer pronto cuanto habían de hacer por sus semejantes.
La tierra retrocedía, la eternidad parecía abrirse ante ellos, y el alma,
con todo lo que pertenece a su dicha o infortunio inmortal, eclipsaba
por así decirlo todo objeto temporal. El Espíritu de Dios descansaba
sobre ellos, y daba fuerza a los llamamientos ardientes que dirigían
tanto a sus hermanos como a los pecadores a fin de que se preparasen
para el día de Dios. El testimonio mudo de su conducta diaria equi-
valía a una censura constante para los miembros formalistas y no
santificados de las iglesias. Estos no querían que se les molestara en
su búsqueda de placeres, ni en su culto a Mammón ni en su ambición
de honores mundanos. De ahí la enemistad y oposición despertadas
contra la fe adventista y los que la proclamaban.
Como los argumentos basados en los períodos proféticos resulta-
ban irrefutables, los adversarios trataron de prevenir la investigación