Página 360 - El Conflicto de los Siglos (2007)

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El Conflicto de los Siglos
el mensaje fueron encarcelados. En muchos puntos donde los pre-
dicadores de la próxima venida del Señor fueron así reducidos al
silencio, plugo a Dios enviar el mensaje, de modo milagroso, por
conducto de niños pequeños. Como eran menores de edad, la ley del
estado no podía impedírselo, y se les dejó hablar sin molestarlos.
El movimiento cundió principalmente entre la clase baja, y era
en las humildes viviendas de los trabajadores donde la gente se
reunía para oír la amonestación. Los mismos predicadores infantiles
eran en su mayoría pobres rústicos. Algunos de ellos no tenían más
de seis a ocho años de edad, y aunque sus vidas testificaban que
amaban al Salvador y que procuraban obedecer los santos preceptos
de Dios, no podían dar prueba de mayor inteligencia y pericia que
las que se suelen ver en los niños de esa edad. Sin embargo, cuando
se encontraban ante el pueblo, era de toda evidencia que los movía
una influencia superior a sus propios dones naturales. Su tono y
sus ademanes cambiaban, y daban la amonestación del juicio con
poder y solemnidad, empleando las palabras mismas de las Sagradas
Escrituras: “¡Temed a Dios, y dadle gloria; porque ha llegado la hora
de su juicio!” Reprobaban los pecados del pueblo, condenando no
solamente la inmoralidad y el vicio, sino también la mundanalidad y
la apostasía, y exhortaban a sus oyentes a huir de la ira venidera.
La gente oía temblando. El Espíritu convincente de Dios hablaba
a sus corazones. Muchos eran inducidos a escudriñar las Santas
Escrituras con profundo interés; los intemperantes y los viciosos
se enmendaban, otros renunciaban a sus hábitos deshonestos y se
realizaba una obra tal, que hasta los ministros de la iglesia oficial
se vieron obligados a reconocer que la mano de Dios estaba en el
movimiento.
Dios quería que las nuevas de la venida del Salvador fuesen
publicadas en los países escandinavos, y cuando las voces de sus
siervos fueron reducidas al silencio, puso su Espíritu en los niños pa-
ra que la obra pudiese hacerse. Cuando Jesús se acercó a Jerusalén,
seguido de alegres muchedumbres que, con gritos de triunfo y on-
deando palmas, le aclamaron Hijo de David, los fariseos envidiosos
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le intimaron para que hiciese callar al pueblo; pero Jesús contestó
que todo eso se realizaba en cumplimiento de la profecía, y que si la
gente callaba las mismas piedras clamarían. El pueblo, intimidado
por las amenazas de los sacerdotes y de los escribas, dejó de lanzar