Página 361 - El Conflicto de los Siglos (2007)

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Un gran despertar religioso
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aclamaciones de júbilo al entrar por las puertas de Jerusalén; pero
en los atrios del templo los niños reanudaron el canto y, agitando
sus palmas, exclamaban: “¡Hosanna al Hijo de David!”
Mateo 21:8-
16
. Cuando los fariseos, con amargo descontento, dijeron a Jesús:
“¿Oyes lo que estos dicen?” el Señor contestó: “Sí: ¿nunca leísteis:
De la boca de los niños y de los que maman perfeccionaste la ala-
banza?” Así como Dios actuó por conducto de los niños en tiempo
del primer advenimiento de Cristo, así también intervino por medio
de ellos para proclamar el mensaje de su segundo advenimiento.
Y es que tiene que cumplirse la Palabra de Dios que dice que la
proclamación de la venida del Salvador debe ser llevada a todos los
pueblos, lenguas y naciones.
A Guillermo Miller y a sus colaboradores les fue encomendada
la misión de predicar la amonestación en los Estados Unidos de
Norteamérica. Dicho país vino a ser el centro del gran movimiento
adventista. Allí fue donde la profecía del mensaje del primer ángel
tuvo su cumplimiento más directo. Los escritos de Miller y de sus
compañeros se propagaron hasta en países lejanos. Donde quiera
que hubiesen penetrado misioneros allá también fueron llevadas las
alegres nuevas de la pronta venida de Cristo. Por todas partes fue
predicado el mensaje del evangelio eterno: “¡Temed a Dios y dadle
gloria; porque ha llegado la hora de su juicio!”
El testimonio de las profecías que parecían señalar la fecha de la
venida de Cristo para la primavera de 1844 se arraigó profundamente
en la mente del pueblo. Al pasar de un estado a otro, el mensaje des-
pertaba vivo interés por todas partes. Muchos estaban convencidos
de que los argumentos de los pasajes proféticos eran correctos, y,
sacrificando el orgullo de la opinión propia, aceptaban alegremente
la verdad. Algunos ministros dejaron también a un lado sus opi-
niones y sentimientos sectarios y con ellos sus mismos sueldos y
sus iglesias, y se pusieron a proclamar la venida de Jesús. Fueron
sin embargo comparativamente pocos los ministros que aceptaron
este mensaje; por eso la proclamación de este fue confiada en gran
parte a humildes laicos. Los agricultores abandonaban sus campos,
los artesanos sus herramientas, los comerciantes sus negocios, los
profesionales sus puestos, y no obstante el número de los obreros era
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pequeño comparado con la obra que había que hacer. La condición
de una iglesia impía y de un mundo sumergido en la maldad, oprimía