Página 362 - El Conflicto de los Siglos (2007)

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El Conflicto de los Siglos
el alma de los verdaderos centinelas, que sufrían voluntariamente
trabajos y privaciones para invitar a los hombres a arrepentirse para
salvarse. A pesar de la oposición de Satanás, la obra siguió adelante,
y la verdad del advenimiento fue aceptada por muchos miles.
Por todas partes se oía el testimonio escrutador que amonestaba
a los pecadores, tanto mundanos como miembros de iglesia, para
que huyesen de la ira venidera. Como Juan el Bautista, el precur-
sor de Cristo, los predicadores ponían la segur a la raíz del árbol e
instaban a todos a que hiciesen frutos dignos de arrepentimiento.
Sus llamamientos conmovedores contrastaban notablemente con
las seguridades de paz y salvación que se oían desde los púlpitos
populares; y dondequiera que se proclamaba el mensaje, conmovía
al pueblo. El testimonio sencillo y directo de las Sagradas Escrituras,
inculcado en el corazón de los hombres por el poder del Espíritu
Santo, producía una fuerza de convicción a la que solo pocos podían
resistir. Personas que profesaban cierta religiosidad fueron desperta-
das de su falsa seguridad. Vieron sus apostasías, su mundanalidad
y poca fe, su orgullo y egoísmo. Muchos buscaron al Señor con
arrepentimiento y humillación. El apego que por tanto tiempo se
había dejado sentir por las cosas terrenales se dejó entonces sentir
por las cosas del cielo. El Espíritu de Dios descansaba sobre ellos,
y con corazones ablandados y subyugados se unían para exclamar:
“¡Temed a Dios y dadle gloria; porque ha llegado la hora de su
juicio!”
Los pecadores preguntaban llorando: “¿Qué debo yo hacer para
ser salvo?” Aquellos cuyas vidas se habían hecho notar por su mala
fe, deseaban hacer restituciones. Todos los que encontraban paz en
Cristo ansiaban ver a otros participar de la misma bendición. Los
corazones de los padres se volvían hacia sus hijos, y los corazones
de los hijos hacia sus padres. Los obstáculos levantados por el
orgullo y la reserva desaparecían. Se hacían sentidas confesiones
y los miembros de la familia trabajaban por la salvación de los
más cercanos y más queridos. A menudo se oían voces de ardiente
intercesión. Por todas partes había almas que con angustia luchaban
con Dios. Muchos pasaban toda la noche en oración para tener
la seguridad de que sus propios pecados eran perdonados, o para
obtener la conversión de sus parientes o vecinos.
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