Página 363 - El Conflicto de los Siglos (2007)

Basic HTML Version

Un gran despertar religioso
359
Todas las clases de la sociedad se agolpaban en las reuniones
de los adventistas. Ricos y pobres, grandes y pequeños ansiaban
por varias razones oír ellos mismos la doctrina del segundo adve-
nimiento. El Señor contenía el espíritu de oposición mientras que
sus siervos daban razón de su fe. A veces el instrumento era débil;
pero el Espíritu de Dios daba poder a su verdad. Se sentía en esas
asambleas la presencia de los santos ángeles, y cada día muchas
personas eran añadidas al número de los creyentes. Siempre que se
exponían los argumentos en favor de la próxima venida de Cristo,
había grandes multitudes que escuchaban embelesadas. No parecía
sino que el cielo y la tierra se juntaban. El poder de Dios era sentido
por ancianos, jóvenes y adultos. Los hombres volvían a sus casas
cantando alabanzas, y sus alegres acentos rompían el silencio de la
noche. Ninguno de los que asistieron a las reuniones podrá olvidar
jamás escenas de tan vivo interés.
La proclamación de una fecha determinada para la venida de
Cristo suscitó gran oposición por parte de muchas personas de todas
las clases, desde el pastor hasta el pecador más vicioso y atrevido.
Se cumplieron así las palabras de la profecía que decían: “En los
postrimeros días vendrán burladores, andando según sus propias
concupiscencias, y diciendo: ¿Dónde está la promesa de su adveni-
miento? porque desde el día en que los padres durmieron, todas las
cosas permanecen así como desde el principio de la creación”.
2 Pe-
dro 3:3, 4
. Muchos que profesaban amar al Salvador declaraban que
no se oponían a la doctrina del segundo advenimiento, sino tan solo
a que se le fijara una fecha. Pero el ojo escrutador de Dios leía en sus
corazones. En realidad lo que había era que no querían oír decir que
Cristo estaba por venir para juzgar al mundo en justicia. Habían sido
siervos infieles, sus obras no hubieran podido soportar la inspección
del Dios que escudriña los corazones, y temían comparecer ante
su Señor. Como los judíos en tiempo del primer advenimiento de
Cristo, no estaban preparados para dar la bienvenida a Jesús. No solo
se negaban a escuchar los claros argumentos de la Biblia, sino que
ridiculizaban a los que esperaban al Señor. Satanás y sus ángeles se
regocijaban de esto y arrojaban a la cara de Cristo y de sus santos
ángeles la afrenta de que los que profesaban ser su pueblo que le
amaban tan poco que ni deseaban su aparición.