Página 371 - El Conflicto de los Siglos (2007)

Basic HTML Version

Una amonestación rechazada
367
de haber rechazado el evangelio, los judíos siguieron conservando
ansiosamente sus antiguos ritos, y guardaron intacto su exclusivismo
nacional, mientras que ellos mismos no podían menos que confesar
que la presencia de Dios ya no se manifestaba más entre ellos.
La profecía de Daniel señalaba de modo tan exacto el tiempo
de la venida del Mesías y predecía tan a las claras su muerte, que
ellos trataban de desalentar el estudio de ella, y finalmente los ra-
binos pronunciaron una maldición sobre todos los que intentaran
computar el tiempo. En su obcecación e impenitencia, el pueblo
de Israel ha permanecido durante mil ochocientos años indiferente
a los ofrecimientos de salvación gratuita, así como a las bendicio-
nes del evangelio, de modo que constituye una solemne y terrible
advertencia del peligro que se corre al rechazar la luz del cielo.
Dondequiera que esta causa exista, seguirán los mismos resulta-
dos. Quien deliberadamente mutila su conciencia del deber porque
ella está en pugna con sus inclinaciones, acabará por perder la facul-
tad de distinguir entre la verdad y el error.
La inteligencia se entenebrece, la conciencia se insensibiliza, el
corazón se endurece, y el alma se aparta de Dios. Donde se desdeña o
se desprecia la verdad divina, la iglesia se verá envuelta en tinieblas;
la fe y el amor se enfriarán, y entrarán el desvío y la disensión.
Los miembros de las iglesias concentran entonces sus intereses y
energías en asuntos mundanos, y los pecadores se endurecen en su
impenitencia.
El mensaje del primer ángel en el capítulo 14 del Apocalipsis,
que anuncia la hora del juicio de Dios y que exhorta a los hombres
[377]
a que le teman y adoren, tenía por objeto separar de las influen-
cias corruptoras del mundo al pueblo que profesaba ser de Dios y
despertarlo para que viera su verdadero estado de mundanalidad y
apostasía. Con este mensaje Dios había enviado a la iglesia un aviso
que, de ser aceptado, habría curado los males que la tenían aparta-
da de él. Si los cristianos hubiesen recibido el mensaje del cielo,
humillándose ante el Señor y tratando sinceramente de prepararse
para comparecer ante su presencia, el Espíritu y el poder de Dios se
habrían manifestado entre ellos. La iglesia habría vuelto a alcanzar
aquel bendito estado de unidad, fe y amor que existía en tiempos
apostólicos, cuando “la muchedumbre de los creyentes era de un
mismo corazón y de una misma alma”, y “hablaron la Palabra de